El groncho realista
El gronchaje de clase media tiene demasiadas aristas y como es un campo de estudio que conocemos bien, por pertenecer a él, habrá que segmentarlos para su mejor comprensión. Hay un personaje despreciable del que debemos cuidarnos: El Groncho CM Realista.
Para él todo hay que "bajarlo a la realidad" como si ese fuera un movimiento espiritual deseable. El Groncho CM Realista tiene gran parte de la "cultura" nacional de su lado. Hay un movimiento que lo apoya, glorifica y ensalza. Las películas y libros de hombres comunes, de antihéroes, de perdedores, tienen mayor audiencia que las de tipos que se la juegan.
Desprecia y teme a la figura del héroe. Cuando puede dice que los verdaderos héroes son los "millones de personas anónimas que hacen grande este país", como si lavar ropa, cocinar todos los días o tomarse el colectivo para ir al trabajo fuera una actividad heroica. Son los que confunden la constancia con la heroicidad. Rechazan la complejidad y lo que se sale de la regla. Desprecian al que levanta la voz en la cola de un Banco, en el aula de la facultad, en una reunión de consorcio o en una asamblea de trabajadores.
No entiende que el héroe es el que se la juega, no el que no le queda otra. Este hombre vulgar es de los que van al casino y juegan a negro y colorado, a par e impar, a primera, segunda y tercer docena. El Groncho realista practica desde chico denunciando a sus compañeritos de aula o diciéndole a la chica que nos gusta que no somos un buen partido. Luego, en la universidad, la oficina o la fábrica son los "ojos y los oídos del jefe".
Son los que tratan de evitar la aventura, el riesgo y la sorpresa; y es la voz que siempre está allí para recordarnos que "mejor hubiera sido no hacer nada". La mediocridad, en ellos es una virtud. Dice que los buenos años ya van a venir. Reivindica su derecho a elegir mal. Por eso había que "apoyar a Videla hasta que ordenara el país" o "esperarlo a Alfonsín a que pudiera hacer las cosas".
Su regodeo por la vulgaridad amenaza las mismas bases que han hecho grande a este país. La apuesta a doble o nada cuando el Rey de España estaba preso de Napoleón, o cuando un hacendado salteño juntó al paisanaje para que los Godos no pasaran por el norte mientras otro loco se iba de gira a Chile y Perú, son, en esta cultura del Groncho Realista "cosas que hay que pensar bien antes de hacer".
Se emociona recordando a su abuelo inmigrante, pero él sería incapaz de dejar todo para seguir un deseo profundo, o al menos pasar tres días en carpa en la Laguna de Monte. Las añoranzas del G-Realista se miden en 32 pulgadas y vienen en Plasma o LCD. El no sueña con irse a vivir a una isla sirviendo tragos o vendiendo carnada para pescadores. Jamás haría algo que perjudicara su brillante carrera de cagatintas en esa repartición del Estado, en un consultorio o en su estudio jurídico.
No dona sangre porque puede contagiarse SIDA, no va a la cancha por miedo a los piedrazos, no habla con el vecino por temor a que abuse de su confianza, no presta la goma, la plasticola ni el transportador, porque su mamá no lo deja. Su único momento de gloria cívica fue en el 2001, pero luego se tranquilizó cuando de los $300 por semana, Cavallo autorizó retirar $500 de los cajeros.
Adhiere fervientemente a la visión antropológica de cultura. Por eso se jacta de contestar más de la mitad de las preguntas de Susana Giménez en el Imbatible, o saber la delantera de River del 75. Cualquier intento de excelencia es atacado bajo la condena de aburrido, inútil y sin sentido. Cree que El Principito es una joya de la literatura universal y Juan Salvador Gaviota está a la altura de Por quién doblan las campanas.
Hace culto al neutralismo, pero le preocupa qué opina el mundo de nosotros. Es de los que vuelven horrorizados de cómo somos vistos los argentinos en el extranjero. No se siente parte de nada ni comparte nada con nadie. Su vida es su casa y su patio el mundo. Su bandera es un billete de 20.
No busca que la Reina del Baile le de bola, se conforma con una que le cocine y ordene la casa; o el que puntualmente del uno al cinco le entregue su sueldo y una vez al mes la lleve a cenar afuera. La vida se le va entre delación y delación. Pero tendrá a sus hijos para que lo recuerden como una persona "honesta y trabajadora".
Por eso, como dice Alejandro Dolina, el Groncho Realista no cree que las "deudas de juego son sagradas"; y que se deben pagar con gusto; porque uno sabe que al menos arriesgó.
Para él todo hay que "bajarlo a la realidad" como si ese fuera un movimiento espiritual deseable. El Groncho CM Realista tiene gran parte de la "cultura" nacional de su lado. Hay un movimiento que lo apoya, glorifica y ensalza. Las películas y libros de hombres comunes, de antihéroes, de perdedores, tienen mayor audiencia que las de tipos que se la juegan.
Desprecia y teme a la figura del héroe. Cuando puede dice que los verdaderos héroes son los "millones de personas anónimas que hacen grande este país", como si lavar ropa, cocinar todos los días o tomarse el colectivo para ir al trabajo fuera una actividad heroica. Son los que confunden la constancia con la heroicidad. Rechazan la complejidad y lo que se sale de la regla. Desprecian al que levanta la voz en la cola de un Banco, en el aula de la facultad, en una reunión de consorcio o en una asamblea de trabajadores.
No entiende que el héroe es el que se la juega, no el que no le queda otra. Este hombre vulgar es de los que van al casino y juegan a negro y colorado, a par e impar, a primera, segunda y tercer docena. El Groncho realista practica desde chico denunciando a sus compañeritos de aula o diciéndole a la chica que nos gusta que no somos un buen partido. Luego, en la universidad, la oficina o la fábrica son los "ojos y los oídos del jefe".
Son los que tratan de evitar la aventura, el riesgo y la sorpresa; y es la voz que siempre está allí para recordarnos que "mejor hubiera sido no hacer nada". La mediocridad, en ellos es una virtud. Dice que los buenos años ya van a venir. Reivindica su derecho a elegir mal. Por eso había que "apoyar a Videla hasta que ordenara el país" o "esperarlo a Alfonsín a que pudiera hacer las cosas".
Su regodeo por la vulgaridad amenaza las mismas bases que han hecho grande a este país. La apuesta a doble o nada cuando el Rey de España estaba preso de Napoleón, o cuando un hacendado salteño juntó al paisanaje para que los Godos no pasaran por el norte mientras otro loco se iba de gira a Chile y Perú, son, en esta cultura del Groncho Realista "cosas que hay que pensar bien antes de hacer".
Se emociona recordando a su abuelo inmigrante, pero él sería incapaz de dejar todo para seguir un deseo profundo, o al menos pasar tres días en carpa en la Laguna de Monte. Las añoranzas del G-Realista se miden en 32 pulgadas y vienen en Plasma o LCD. El no sueña con irse a vivir a una isla sirviendo tragos o vendiendo carnada para pescadores. Jamás haría algo que perjudicara su brillante carrera de cagatintas en esa repartición del Estado, en un consultorio o en su estudio jurídico.
No dona sangre porque puede contagiarse SIDA, no va a la cancha por miedo a los piedrazos, no habla con el vecino por temor a que abuse de su confianza, no presta la goma, la plasticola ni el transportador, porque su mamá no lo deja. Su único momento de gloria cívica fue en el 2001, pero luego se tranquilizó cuando de los $300 por semana, Cavallo autorizó retirar $500 de los cajeros.
Adhiere fervientemente a la visión antropológica de cultura. Por eso se jacta de contestar más de la mitad de las preguntas de Susana Giménez en el Imbatible, o saber la delantera de River del 75. Cualquier intento de excelencia es atacado bajo la condena de aburrido, inútil y sin sentido. Cree que El Principito es una joya de la literatura universal y Juan Salvador Gaviota está a la altura de Por quién doblan las campanas.
Hace culto al neutralismo, pero le preocupa qué opina el mundo de nosotros. Es de los que vuelven horrorizados de cómo somos vistos los argentinos en el extranjero. No se siente parte de nada ni comparte nada con nadie. Su vida es su casa y su patio el mundo. Su bandera es un billete de 20.
No busca que la Reina del Baile le de bola, se conforma con una que le cocine y ordene la casa; o el que puntualmente del uno al cinco le entregue su sueldo y una vez al mes la lleve a cenar afuera. La vida se le va entre delación y delación. Pero tendrá a sus hijos para que lo recuerden como una persona "honesta y trabajadora".
Por eso, como dice Alejandro Dolina, el Groncho Realista no cree que las "deudas de juego son sagradas"; y que se deben pagar con gusto; porque uno sabe que al menos arriesgó.
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