Memorias del Viejo
by Verónica Alonso
Hace muchos años en Cañuelas, un pueblito de la provincia de Buenos Aires (en ese entonces era un pueblo) funcionaba la única empresa que fabricaba placas radiográficas de Sudamérica, abastecía a hospitales, clínicas e incluso exportaba dichas placas a países vecinos.
64 empleados. En ese entonces, para un municipio que no llegaba a los 15.000 habitantes (muchos de ellos rurales y que vivían de la industria láctea) 64 familias vivían de esa fábrica. Nada mal dentro de todo. Y andaba bien. Podríamos decir que era una empresa floreciente. Prometedora.
Claro, una fábrica en donde se trabajaba casi a oscuras, ¡si era un gran laboratorio fotográfico!
Y se metió el sindicato. Paros, conciliaciones, vuelta al paro, vuelta a la fábrica, otro paro… y así.
Por mejoras salariales, las condiciones laborales, que horas extras, que no horas extras, que la oscuridad, un sinfín de reclamos. Un año más o menos de conflictos. Las entregas que no se cumplían a tiempo, los clientes que se quejaban. Al dueño, un alemán grandote y pelirrojo lo tenían loco los del sindicato.
Un día, en uno de esos paros, en que los del sindicato y el dueño llegaron a un acuerdo, era un aumento por las horas extras trabajadas o algo parecido, ahora no lo recuerdo muy bien, pero era algo que se podía haber hablado sin llegar a parar la fábrica.
Al final, cuando se levantan de la mesa, el dueño les dice a los dos delegados: ─ Esta es la última.
Los dos delegados lo miran socarronamente y le dicen─ ¿La última? Eso vamos a verlo…
Y se marcharon burlándose por lo bajo y codeándose entre ellos.
Al mes otro paro, el alemán desahuciado les pregunta: ─ ¿Y ahora por qué?
─ Con usted no es nada jefe, el paro es para solidarizarnos con los trabajadores de
La Martona (una lechería que se fundió también hace años)
─¿Y qué tenemos que ver nosotros con La Martona?
─ Imagínese jefe, tenemos que solidarizarnos…─ Y se marcharon parando la fábrica.
Ese mismo día, a las 17:50, diez minutos antes de que cerrara el correo salieron de la fábrica 64 telegramas de despido.
Se indemnizó a cada uno de ellos. En menos de una semana fue desmontada la fábrica y el alemán se esfumó de la historia de Cañuelas. Dijeron al tiempo que se había establecido en Brasil, pero vaya uno a saber si es cierto.
Hoy pasas por ruta 3 y la 205 y vas a ver un tenedor libre abandonado que se llama "El castillo”, eso era la fábrica, o lo que quedó de ella. Al principio eran paredones, después que cerró, un día le abrieron esas aberturas que tiene ahora y creo que pusieron una usina láctea, pero tampoco prosperó.
Lo miré unos segundos en silencio y al fin exclamé ─¡a la flauta! ¡este alemán se mandó la rebelión de atlas solito!
─¿Qué?
─ Nada, nada.
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