Fascismo argentino
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Diario de América
Resulta de gran importancia detenerse a considerar el significado del fascismo que es un expresión que habitualmente se usa livianamente. La diferencia entre el comunismo y el fascismo radica en que en el primer caso la propiedad la usa y dispone de ella el gobierno, mientras que la característica del régimen fascista es que permite que las personas tengan registrada la propiedad a su nombre pero usa y dispone el gobierno. Ambas tradiciones tienen en común inclinaciones socialistas y colectivistas pero el comunismo es mas franco mientras que el fascismo es mas hipócrita.
Ejemplos de fascismo son, por ejemplo, la educación cuando los ministerios del ramo deciden los contenidos curriculares. De este modo, los colegios llamados privados deciden acerca de las características edilicias o el color de los uniformes pero lo que allí se expende, esto es el contenido educativo, está decidido por el aparato estatal. Otro ejemplo que puede aparecer como inocente es el régimen de taxis en muchas ciudades. El horario de trabajo, la tarifa, el tipo de vehículo y su color están decididos por los gobernantes de las municipalidades. El taxista tiene el registro de la propiedad del automotor pero no dispone del mismo, ergo el verdadero titular es el estado.
Se podrá debatir mucho sobre diversos aspectos de los antedichos ejemplos, pero el hecho es que en el régimen fascista la propiedad queda debilitada cuando no eliminada en los hechos. En la Argentina hay dos manifestaciones claras de fascismo: la legislación sindical que está copiada de la Carta de Lavoro de Mussolini y los llamados “acuerdos de precios” que es una forma burda de encubrir controles de precios.
En esta nota nos detenemos a considerar esta último caso. En realidad si los errores en la política fueran novedosos resultaría un desafío refutarlos, pero, lamentablemente, los desaciertos como la intención de manipular precios desde el gobierno, resultan tediosos y por momentos generan efectos bostezantes hasta el límite de lo tolerable debido a la reiteración e insistencia con que se han aplicado estas políticas, siempre con los resultados mas bochornosos.
Lamentablemente se sigue pensando que es posible disimular la inflación rompiendo el termómetro en lugar de curar la infección. Veamos los efectos de imponer precios menores de los que aparecen en el mercado como consecuencia de arreglos contractuales entre las partes.
En primer lugar, dado que el precio resulta artificialmente menor de lo que hubiera sido sin la intromisión gubernamental, aparece mas gente que puede adquirir el bien en cuestión. Es decir, hay una expansión artificial en la demanda. Ahora bien, no por este hecho irrumpen súbitamente como por arte de magia en las estanterías de los negocios mayor cantidad de mercancías, por ende la primera consecuencia es la escasez y el faltante.
Además, los productores marginales -aquellos que apenas podían competir a los precios corrientes- desaparecen del mercado ya que se les está pasando una señal falsa indicándoles que no son competentes para producir o distribuir ese bien. Mas aún, como los indicadores -los precios- se distorsionan los operadores económicos están siendo ahuyentados de las áreas sujetas a precios artificialmente bajos y son atraídos a campos que, en verdad, resultan menos importantes.
En resumen, estos controles de precios disfrazados de “acuerdos” bajo diversas amenazas y chantajes, como queda dicho, terminan en un grave perjuicio para el consumidor debido a la escasez resultante que se agrava porque se compromete la producción futura del bien de que se trate. Es que en economía no hay magias no alquimias posibles. Las expansiones monetarias que realizan hoy las autoridades no pueden esconderse manipulando precios o falsificando indicadores en las oficinas oficiales de estadísticas como es el caso de esta Argentina crecientemente fascista.
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