La libre portación de armas salva vidas
I. Planteamiento
Las políticas públicas levantan pasiones, y si la libertad de armas es una excepción es sólo por la virulencia de las mismas. Las armas no nos sugieren sino violencia, muertes o heridas, crímenes, o situaciones en absoluto agradables. Su referencia despierta miedo, cuando no asco. Pero ni el miedo ni el asco o el rechazo son un buen compañero para quien desee acercarse con honradez en los problemas que suscita la posesión de armas de fuego. Que además son de enorme importancia, ya que se refieren a derechos fundamentales de la persona, como el derecho a la vida, a la autodefensa o a la propiedad. Y tienen claras implicaciones en las libertades públicas y en la evolución del crimen. Este papel intentará exponer el veredicto de la criminología actual sobre los efectos del control de armas, con constantes referencias a los datos y la historia.
Lo primero que habría que establecer son los términos del debate, para evitar muchos de los errores que se repiten y que nacen precisamente de un fallido planteamiento. No tratamos de objetos (las armas) sino del comportamiento humano en relación con los mismos; por tanto, el problema no es armas sí o no, sino libertad personal en relación con las armas sí o no. El problema es la libertad individual en este ámbito y las consecuencias de su coerción por las autoridades públicas. Una clara implicación de que estemos intentando acercarnos a un comportamiento humano es que tenemos que recurrir a las ciencias de la Acción Humana, como son la economía, la historia, la sociología… Todas han hecho contribuciones al estudio del crimen y en especial en relación con la libertad en el uso de las armas de fuego, y aquí expondremos las conclusiones más sobresalientes.
Cuando hablamos de legislaciones de control de armas, nos referimos hoy a problemas muy diferentes de los suscitados en épocas precedentes. Últimamente ha surgido una contradictoria posición favorable a dicha restricción desde posturas democráticas, centradas en la reducción de los crímenes y de las muertes por accidente, que se suma a las tradicionales posturas colectivistas que han protagonizado siempre los ataques a la libertad individual, también en el uso de las armas de fuego. En los Estados Unidos ha sido la ideología racista, que negaba la condición de personas a los negros y por tanto les privaba de su derecho a portar armas, la que constituye la práctica totalidad de las proposiciones de control hasta el último medio siglo. Históricamente, es la ideología de poder, la contraria a la libertad del individuo, la que ha atentado contra esta libertad, dado su carácter de valuarte del resto de derechos y libertades[1].
Lo que probablemente el lector piense sobre tan importante cuestión proviene de la fuente de gran parte de lo que sabemos sobre las cuestiones sociales: los medios de comunicación. En muchas ocasiones se les critica por dar una impresión equivocada de las cosas; por caer en el error, la exageración o la más desnuda mentira y cualquiera que conozca bien un tema ha pasado por la desagradable experiencia de comprobar las inexactitudes vertidas por los medios sobre dicho asunto. En el caso que abordamos la situación es la misma, y el lector lo podrá comprobar por sí mismo, ya que mucho de lo que saque de este artículo estará en violenta contradicción con lo que “sabía” o “pensaba”, lo que combinado con la aplicación del sentido común probablemente le haya llevado a una posición contraria a la libertad de armas. Cuando vemos episodios como el francotirador de Washington o los tiroteos en las escuelas y nos encendemos de indignación, es porque sufrimos con la injusta y absurda pérdida de vidas humanas. Si el deseo de que no se repitan tales acontecimientos es mayor que las ideas que tengamos previamente sobre el control de armas, tendremos que acercarnos a su estudio con honestidad y es precisamente este ánimo el que llevó al autor a acercarse a él y, al fin, a cambiar su posición previa, contraria a la libertad de armas.
Las armas tienen una doble naturaleza, una ofensiva y otra defensiva. El uso que se dé de las mismas depende no de éstas sino de la decisión de quienes disponen de ellas. Cuál es el uso predominante es precisamente lo que trataremos de dilucidar atendiendo a lo que se conoce gracias a la recolección y estudio de los datos[2].
II. El fracaso del control de armas
Precisamente el objetivo declarado de los autores de “Armed. New Perspectives in Gun Control”, Gary Klerk y Don B. Kates[3], es rebatir las opiniones convencionales sobre el control de armas, que ellos mismos compartían, y que son incompatibles con las enseñanzas de la moderna investigación científica. Lo primero que cabe decir es que las leyes de control de armas no pueden cumplir el que es su objetivo declarado: desarmar a los criminales. Y es que hay una relación inversa entre quienes deberían estar afectados por el control, los criminales y quienes de hecho lo están, los ciudadanos de a pie. Para los primeros la prohibición de adquirir armas nunca supone una dificultad suficiente, ya que quienes ya están fuera de la ley por otros motivos no se plantean si saltarse esta última regulación o no, en especial en la medida en que la obtención de una arma sea necesaria para llevar a cabo sus actividades criminales. Como afirma un criminalista inglés, “En cualquier sociedad, el número de armas siempre basta para armar a los pocos que las quieren obtener para usarlas ilegalmente”[4]. El lector sabe que las leyes que prohíben el tráfico y el consumo de drogas o alcohol nunca han sido suficientemente efectivas como para hacer desaparecer su uso. Son precisamente los ciudadanos que cumplen con la ley los que están afectados por estas legislaciones, por lo que quienes desean disponer de armas para auto defenderse son los que se quedan privados de este instrumento idóneo. A ello hay que añadir que incluso cuando la adquisición de armas es legal, los criminales utilizan los conductos fuera de la ley. De hecho, los principales medios de adquirir armas por los criminales son el robo y la compra a otros ciudadanos[5]. En definitiva, “cuando las armas están fuera de la ley, sólo los fuera de la ley tienen armas”, como reza el dicho popular.
A ello hay que añadir que criminalizar la posesión de armas pondría fuera de la ley a casi la mitad de la población en el caso de los Estados Unidos. Llevar a cabo eficazmente esa medida implicaría realizar registros en los domicilios privados para comprobar la aplicación de la prohibición de poseer armas, lo que supone un nuevo atentado a la libertad y puede ser fuente de otros más, además del coste que implicaría su conclusión. Se han llevado a cabo leyes de registro de armas, sin ningún efecto en el crimen[6], como cabía esperar.
III. El uso defensivo de las armas
1. Número de Usos Defensivos
Como consideración previa debemos plantearnos la relevancia del aspecto defensivo de las armas. ¿Es el número de dichos usos elevado o no? Quizás habría que empezar por definir qué consideramos un uso defensivo; son los que sean, o se consideren, suficientes para repeler una agresión o un intento o amenaza de agresión. Pueden consistir en el disparo del arma, pero también se puede considerar un uso defensivo blandir el arma o hacer mención verbal o gestual a la misma, si ello bastara para retraer al atacante. El mejor estudio llevado a cabo sobre el problema[7], elaborado por Gary Klerk y Mark Getz sobre presupuestos conservadores, revela que en los Estados Unidos se hacen unos 2,55 millones de usos defensivos anuales. La cifra es en efecto muy alta, al menos con lo esperado en un principio. De acuerdo con el autor de este estudio, al menos un 75% de éstos consisten en mostrar el arma o hacer mención a ella, sin necesidad de apuntar o realizar un disparo. Estudios posteriores sobre el número de usos defensivos ofrecen datos congruentes con el de Klerk y Getz. Para llevarlo a cabo realizaron una encuesta de grandes dimensiones en la que preguntaban a los encuestados sobre la tenencia de armas y su uso defensivo en el último y en los últimos cinco años. Hay que tener en cuenta que si bien sólo un 1% de los ciudadanos de los Estados Unidos tienen derecho a portar armas en la calle, ejercen ese derecho del 5% al 11% de los mismos, lo que abre la posibilidad de que muchos de los encuestados no confesaran al entrevistador convenientemente, ya que pese a que la confidencialidad estaba garantizada, reconocer un uso defensivo con un arma implica el reconocimiento de un acto contra la ley. Por otra parte, dado que basta mostrar el arma o hacer alusión a ella para hacer un relato efectivo de la misma, parte de los encuestados podrían haber quitado importancia a algún incidente de este tipo y no haberlo reflejado en sus respuestas.
Gary Klerk destaca que a finales de 1994 había 235 millones de armas en Estados Unidos, por lo que cerca de un 1% de las mismas están implicadas en un uso defensivo cada año. Estas armas están en manos de 93 millones de ciudadanos, por lo que un 3% de los mismos habrían hecho un uso defensivo a lo largo de un año[8]. El mejor estudio sobre la frecuencia de los usos de armas en el crimen revela que en 1992 se cometieron unos 554.000 delitos de todo orden en los que se dio uso de armas para atacar o amenazar a las víctimas. Consecuencia de ello, los usos criminales de las armas son unas cinco veces inferiores a los defensivos[9].
De otra parte, el mismo estudio de Klerk y Getz ha calculado entre 340.000 y 400.000 los usos defensivos en los que los encuestados creen que se ha salvado al menos una vida, una vez descartadas las respuestas más dudosas. Los datos del año-récord 1993 muestran 39.595 muertes por armas de fuego, incluyendo homicidios, suicidios, accidentes, muertes por intervenciones legales de las fuerzas de seguridad y muertos en circunstancias en las que no se puede discernir si fallecieron por accidente o por un acto con ese propósito. De este modo, aún cuando pensáramos que sólo en la mitad de las ocasiones que se aducen se salvó al menos una vida, éstas serían unas cinco veces el número de muertes por arma debidas a las más diversas causas y en un año récord en la historia de los Estados Unidos[10].
Otro resultado interesante es que el 8,8% de los ciudadanos estadounidenses portan armas ocultas en la calle, la gran mayoría de ellas cargadas. En consecuencia, para el conjunto de la nación hay mil millones de personas-día portando armas en la calle en un año, y 1.800 millones de personas-día en el coche. De este modo, la relación entre número de personas-día y el millón de usos defensivos en la calle (de los 2,55 totales), es de menos de uno por mil. Por otro lado, es claro que la inmensa mayoría de la gente que porta armas en la calle lo hace por motivos puramente defensivos y no para cometer crímenes. En un año especialmente malo, el número de delitos con armas no alcanza el millón, por lo que mucho menos de una de cada mil ocasiones en que se porta un arma en la calle acaba en un uso criminal.
A todo esto hay que añadir que hay otros usos defensivos de las armas, como los cerca de 280.000 anuales contra animales, tales como serpientes, perros o zorros. En determinados pueblos de Estados Unidos o Canadá está prohibido salir a la calle sin un arma, dado el peligro de ataque por osos.
2. Efectividad de los Usos Defensivos
Si una posible víctima se encuentra en el trance de tener que hacer uso del arma que porta o que guarda en su casa, ¿Cuál es habitualmente el resultado? ¿Los daños infringidos por el criminal son mayores o menores cuando las víctimas hacen un uso efectivo de los medios con que cuentan para defenderse? ¿Existe la posibilidad de que el criminal robe el arma de la víctima y la utilice contra ella? ¿Se puede confiar en la policía sin necesidad de velar uno por su propia seguridad y la de los suyos?
A esta última pregunta responde el aforismo “marca el 911[11] y muere”, dado que más del 99% de las intervenciones de la policía se dan cuando el crimen ya se ha cometido y acuden al lugar donde se ha dado lugar para indagar sobre lo ya ocurrido. Quizás sea ese el motivo por el que son más favorables a la libre disposición de armas por el ciudadano que la población general. A ello hay que añadir que la policía no tiene ni siquiera la encomienda de proteger a las víctimas durante el delito (aunque sí el deber si lo presencia en directo). Esto se ha puesto de manifiesto en varias sentencias, acordes con la historia del derecho anglosajón que defendía el derecho de autodefensa y entendía que la actuación pública sólo podía actuar para ayudar en ese cometido individual; nunca suplantarlo[12].
A las otras cuestiones no era tan fácil contestar, al menos antes del artículo de Gary Klerk y Mark Getz al que estamos haciendo constante referencia. De acuerdo con dicho estudio, si bien muchas víctimas resultan heridas en los crímenes en los que hay un contacto entre criminal y víctima, casi nunca es después de haberse defendido. Prácticamente siempre es antes o durante la resistencia frente al agresor. Un 11,8% de las víctimas de violación resultaron heridas después de defenderse, por un 10,8% de las víctimas de asalto sexual o un 7,2% de las víctimas de robo. Si bien la no-resistencia y la sumisión al agresor pueden parecer una táctica más segura, la realidad es completamente contraria. Un 26,8% de las víctimas de violación que no se resistieron han sufrido daños adicionales, por un 27,4% de las víctimas de asalto sexual. Por lo general no resistirse a un agresor resulta en mayores daños 2.5 veces más que en las ocasiones en que las víctimas se defienden con un arma de fuego, o con otros medios, en el caso de las mujeres; En el de los hombres es 1,4 veces más seguro.
El uso defensivo de las armas no es ni más seguro ni menos que otros medios posibles[13]. Por otro lado, prácticamente nunca acaba la víctima herida por su propia arma[14]. Los intentos de violaciones han sido completados en un número menor de casos cuando las víctimas han hecho uso de armas de fuego para defenderse[15]. Por tanto, el uso defensivo de las armas de fuego es efectivo desde el punto de vista de la seguridad de las víctimas. Ello tiene su reflejo en el sentimiento de seguridad de quienes adquieren armas para defenderse, según indican las encuestas.
3. Efecto disuasor sobre el crimen
Los criminales planifican su actividad como el resto de los ciudadanos, tomando en cuenta los beneficios que les pueden reportar su comportamiento y los costes y efectos negativos de cada una de las opciones consideradas. Tienen en cuenta, como cabe esperar, los riesgos que se derivan de su actividad, como el de ser apresados por la policía, llevados a juicio, condenados y finalmente forzados a cumplir las penas.
Pero añadidos a estos riesgos, los criminales tienen en cuenta en los Estados Unidos y en otros países con libertad de armas, como Suiza e Israel, la posibilidad de enfrentarse a una víctima armada. Disputándole el honor a la sociología de ser la ciencia social que demuestra lo que ya sabíamos, la criminología ha demostrado que los criminales temen encontrarse a una víctima con un arma, y que tal posibilidad la tienen en cuenta a la hora de llevar a cabo su actividad ilícita. Un estudio elaborado por los profesores James D. Wright y Peter Rossi tras entrevistar a criminales en la cárcel convictos de un robo o un crimen violento muestra que el 34% de éstos había sido “asustado, disparado, herido o capturado por una víctima armada”; El 69% dijo conocer al menos un criminal al que le habría ocurrido lo mismo, que es el 90% de los criminales que se han encontrado una víctima con un arma de fuego. Por otro lado, el 34% dice que a menudo o regularmente temía la posibilidad de ser disparado por una víctima. El 57% de los encuestados están de acuerdo con la afirmación de que “la mayoría de los criminales están más preocupados de encontrarse con una víctima armada que lo que están de tropezarse con la policía”, mientras que el 58% lo están de la aseveración de que “ un dueño de una tienda del que se sepa que posee un arma no será robado muy a menudo”, por un que 52% coincide con la frase “un criminal no molestará a una víctima de la que sepa que está armada con un arma de fuego”. El 45% de los criminales que habían pasado por la experiencia de encontrarse con una víctima armada pensaban a menudo o regularmente en la posibilidad de ser disparado por una de ellas, en lo que coinciden con el 28% de los que no han pasado por ese trance. Finalmente, el 43% de los criminales encuestados reconocen haber abandonado su actividad en algún momento de su vida porque creían o sabían que la víctima portaba un arma de fuego[16].
Del efecto disuasor de las armas nos hablan los propios presos y el sentido común. A estos dos argumentos se ha añadido un tercero muy poderoso, derivado del análisis estadístico en relación con las armas, su regulación y el crimen. Se trata del artículo y luego del libro del economista de Chicago John R. Lott Jr. “More Guns, Less Crime. Understanding Crimen and Gun Control Laws”[17], Es una rara habis en las ciencias sociales, ya que su publicación ha supuesto un salto de enormes proporciones en relación con lo anteriormente publicado. Para hacernos una idea, el estudio sincrónico de mayores dimensiones publicado hasta la aparición en 1996 del artículo de John Lott se centraba en 1980, y abarcaba 170 ciudades de los Estados Unidos. El estudio diacrónico de mayor calado evaluaba el período de 1973 a 1992 en cinco condados, tres de los cuales pertenecen a Florida, a los que se añaden otros dos, de Mississippi y Oregón respectivamente. John R. Lott Jr. se planteó porqué no utilizar todos los datos de que disponemos, utilizar todos los instrumentos que la sociología y la economía pone a nuestra disposición y observar los resultados. Así, “More Guns, Less Crime” examina 54.000 observaciones en los 3.054 condados y los 50 Estados de su país, en un período comprendido entre 1977 y 1992[18]. Dado que cualquier manifestación de la actividad humana es compleja y comprende una variedad de causas, Lott se ha tomado su trabajo concienzudamente, y el resultado es un estudio que tiene en cuenta todos los factores que puedan influir en los cambios en la incidencia del crimen, lo que le diferencia de todos los trabajos anteriores. Ningún estudio ha ido tan lejos ni en la cantidad de los datos ni en el tratamiento de los mismos. John Lott ha combinado los métodos sincrónicos y de series temporales de tal modo que cada año, los cambios nacionales o regionales puedan ser separados y distinguidos de cualquier desviación local.
En 1985 ocho de los Estados que forman los Estados Unidos habían aprobado leyes que permiten portar armas de fuego escondidas. En la actualidad son 31. Un avance muy notable en esta libertad garantizada por la Segunda Enmienda y a cuyo estudio se dedica el libro del economista de Chicago ya citado. La principal ventaja de la legislación que permite llevar armas sin necesidad de mostrarlas es que los criminales no saben si la potencial víctima está armada, por lo que los beneficios que reportan quienes portan armas de fuego se proyectan sobre el conjunto de la población. John R. Lott ve en ello un problema de “externalidades” derivado de que el beneficio para el conjunto de la sociedad es mayor que el individual. El comprador carga con todos los costes de la decisión de armarse, mientras que los beneficios no se limitan a su persona por lo que Lott concluye que la cantidad de ciudadanos armados es subóptima[19].
John Lott toma como base tanto los datos de los condados como los de los Estados para cada estimación de los resultados, que en definitiva son los siguientes: la aprobación de dichas leyes de libertad de portar armas escondidas, con base en los datos de los condados, reduce la incidencia de asesinatos y homicidios en un 7,7%, asaltos violentos en un 7,0%, violación en un 5,3%. Centrándonos en la primera estadística, si se hubiera extendido dicha legislación al conjunto de la nación se habrían salvado en 1992 1.410 vidas. Llevado el supuesto a otros crímenes, se habrían producido en el mismo año unas 4.200 violaciones, 60.400 asaltos violentos o 11.900 robos con intimidación menos. Los resultados con datos estatales son congruentes con los de condado, y resultarían en un ahorro de 1.840 vidas perdidas en homicidios y asesinatos, así como una disminución de 3.700 violaciones, 61.100 asaltos violentos y 10.990 robos con intimidación[20]. El efecto disuasorio del crimen ocurre tanto en los condados con alto nivel de crimen como en aquellos en los que su incidencia es baja[21].
En otro lugar, pero basándose en los mismos datos, John R. Lott ha explicado que los crímenes violentos caían un 4,1% de media por cada 1% de aumento en posesión de armas[22]. Es posible que esta correlación esté a su vez relacionada con otros hallazgos del autor, como que los efectos positivos se acentúan con el paso del tiempo, o que la incidencia del efecto disuasor sobre el crimen es mayor en los condados y estados más populosos, que son también los que mayor densidad de población tienen, dado que éstos son los que mayor proporción de permisos tienen[23].
4. Cambios en el comportamiento de los criminales
Una pregunta que cabe plantearse ante los datos de Lott es si los criminales adaptan su comportamiento a la situación derivada del conocimiento del derecho a portar armas simplemente cambiando la ubicación de su actividad; dirigiéndose a sitios donde los ciudadanos no cuentan con ese derecho. De ser así, los primeros resultados del economista de Chicago habrían sobrestimado los beneficios derivados de los cambios en la legislación. El propio Lott se ha formulado la misma pregunta y tras estudiar la evolución en los condados y estados vecinos, observa que en esos sitios aumenta en un primer momento la criminalidad, pero con el paso del tiempo se produce el efecto contrario, rebajándose en comparación con la incidencia del crimen antes de que el estado vecino pase una ley que permite llevar armas ocultas. Por tanto, los primeros datos obtenidos por John Lott a corto plazo sobrestiman y a largo plazo infraestiman los beneficios en la incidencia del crimen derivados de la mayor libertad de portar armas[24]. Otra consecuencia importante de la adopción de las leyes que permiten portar armas ocultas es que los criminales que no abandonan su actividad ilícita la reajustan a la nueva situación, evitando el contacto con las potenciales víctimas. Como ilustración de este fenómeno, se puede comparar la estadística de robos en casas en los que el ladrón se encuentra con la víctima en Estados Unidos, donde suman un 13% de las ocasiones, por un 59% en el caso de Gran Bretaña[25].
5. Un medio barato y efectivo
Una cuestión que no se nos debe escapar de la discusión es el hecho de que las armas de fuego son un medio barato de procurarse protección, y en ocasiones la única posible para familias o personas con ingresos medios o bajos. Quienes cuentan con más medios, pueden acceder a otras fórmulas privadas de obtener seguridad, como la contratación de empresas especializadas, alarmas, domótica, blindaje en la vivienda o el coche, la adquisición de viviendas en urbanizaciones privadas con infraestructura de seguridad gestionada por una empresa... Con más dinero las opciones a las que se puede recurrir ante la falta de soluciones efectivas por parte de la iniciativa pública son muchas, y muy efectivas. Pero no todo el mundo se las puede permitir. No es el caso de un arma de fuego, cuyo uso se puede extender por muchos años con total seguridad y por poco dinero.
John R. Lott ha estudiado la vertiente económica de los usos defensivos de las armas, tomando como base las estimaciones económicas de las pérdidas de las víctimas de los delitos efectuadas por el National Institute of Justice. Así, los costes ahorrados a las potenciales víctimas, es decir, a cada ciudadano, por cada nuevo permiso de armas es de 5.079 dólares en Pennsilvania o de 3.439 dólares en Oregón. Estos cálculos resultan de una determinada valoración de, por ejemplo, las pérdidas humanas producidas por asesinatos y homicidios, que constituyen el grueso de los costes calculados. Cuanto más se valoren estas pérdidas, mayores son los ahorros calculados en términos económicos[26]. Por lo que se refiere al coste, asumiendo un tipo de interés del 5% y en el caso de una amortización a diez años, la compra de un arma de mano por 300 dólares supondría un gasto por año de 43 dólares en Pennsilvania, considerando el coste de la licencia allí. En Oregón serían algo mayores.
IV. Otros aspectos de importancia
1. Ciudadanos Locos
Por muy aventurada que pueda parecer la idea, muchos defienden que la mera posesión de armas transforma a los ciudadanos hasta el momento cumplidores con la ley en potenciales criminales. Que un objeto pueda condicionar el comportamiento humano es una idea tan peregrina que sólo con enunciarla se muestra su debilidad. Por si fuera necesario acudir a ellos, hay datos que muestran la futilidad de la idea del ciudadano devenido criminal.
Quizá convenga empezar por hacer un perfil del dueño de las armas. En los Estados Unidos, quienes han hecho usos defensivos de sus armas no son más partidarios de la pena de muerte o de la afirmación de que los tribunales deberían ser más duros con los criminales que el resto de la población, ni muestran un comportamiento más violento. Los ciudadanos que poseen armas tiene un nivel económico ligeramente superior al de la media y su nivel de educación es asimismo superior. Estos datos deben acercarnos al hecho de que el poseedor medio de armas es un ciudadano prácticamente como el resto de la ciudadanía, lejos de todos los tópicos que desde diversos sitios se inventan con tal de denigrar a éstos. Es más; quienes poseen armas son más solidarios con los ciudadanos que el resto de la población, lo que ha dado lugar en la literatura sobre las armas a la figura del “buen samaritano”. Y es que un estudio muestra que los dueños de armas han rescatado a víctimas o arrestado a criminales violentos 2,5 veces más que los demás[27].
Por lo que se refiere a las cuestión principal, si una sociedad armada llevaría a los ciudadanos disparándose unos a otros, bastará saber que las leyes permiten portar armas ocultas en 31 estados de los Estados Unidos, algunas de ellas tienen varias décadas de antigüedad, y en una única ocasión ha realizado disparos el dueño de un arma con todos los permisos en un incidente como una discusión de tráfico. Y fue en defensa propia[28]. En el 90% de los casos, los homicidas adultos tienen un historial delictivo previo. Mayoritariamente son varones jóvenes con bajo coeficiente intelectual y dificultades de relacionarse con los demás. Un perfil muy alejado del ciudadano medio.
Pero como estamos estudiando los efectos de la libertad de armas, lo mejor será recurrir de nuevo al estudio de John R. Lott, por el que sabemos que en 1988 el número de muertes causadas por accidentes fue de 200, 22 en estados con leyes que permiten llevar armas ocultas y 178 en el resto. Tomando como base los datos de los condados entre 1982 y 1992, Lott calcula las consecuencias de extender la legislación más permisiva sobre el conjunto de los Estados Unidos en 1992. Con 186 millones de personas que viven en ese país sin leyes que permiten portar armas ocultas, se produciría un aumento de muertes por accidente de nueve personas. El resultado no tiene significación estadística.
2. Mujeres y Negros
Hay dos grupos sociales que en general destacan por luchar en favor de un mayor control de armas: las mujeres y los negros. En ambos casos la situación es paradójica, ya que son precisamente los más beneficiados de la aprobación de leyes de libertad de armas. Por lo que se refiere a las mujeres, la protección extra que reciben por la adquisición de un arma es mayor que en el caso de los hombres, quizás porque en principio cuentan con menos capacidad de defenderse valiéndose solamente de sus fuerzas. Pero el grupo racial de los negros es el más beneficiado de la adopción de dichas leyes. Si a ello añadimos que los intentos de restringir la libertad de portar armas han estado tradicionalmente ligados a movimientos esclavistas y contrarios a los derechos de los negros, la paradoja se hace aún mayor[29].
3. Tiroteos públicos
Lo que tenemos en mente cuando pensamos en la libertad de armas en los Estados Unidos son los episodios de tiroteos públicos, como los ocurridos en empresas por trabajadores despedidos o en colegios, como en el caso de Columbine. Pero esa asociación es falsa, ya que una vez se adoptan las legislaciones que permiten llevar armas acaban en cuatro o cinco años con esos episodios. Sólo en los estados en los que el asaltante sabe que no puede contar con defensa efectiva por parte del público en general se siguen sucediendo tiroteos públicos[30].
Del otoño de 1997 a la primavera de 2002, han muerto en los Estados Unidos 22 adolescentes en el colegio por armas de fuego (incluyendo peleas de bandas, robos, accidentes y tiroteos públicos); una tasa anual de una muerte por cada cuatro millones de estudiantes. Si multiplicáramos por cien la estadística de tiroteos públicos en colegios, seguiría sin entrar en la categoría de “evento raro” estadísticamente. Esto da una idea de la magnitud del problema, pero si decidimos obviarlo y nos centramos en las 22 vidas humanas que se han perdido, hay que recordar que todas las muertes han tenido lugar en las zonas denominadas “gun-free” (libres de armas).
Richard Poe[31] nos recuerda que en un pasado cercano, de dos generaciones atrás, antes de que proliferaran las legislaciones restrictivas de la libertad de llevar armas, se les enseñaba a los niños a utilizar armas con seguridad y responsabilidad. Entonces no se producían los tiroteos en las escuelas, que se han convertido en todo un género desde que se ha empezado a restringir el derecho reconocido en la Segunda Enmienda.
4. Accidentes
En los Estados Unidos de abril de 2000 hay un menor número absoluto de accidentes derivados del uso de armas de fuego que las que había en 1903, según David Kopel, citado por Richard Poe[32]. Y eso teniendo en cuenta que tanto el número de armas como el número de personas que acceden a ellas se ha multiplicado en un siglo de historia, lo que indica que la seguridad asociada al uso de las armas de fuego no ha dejado de mejorar. No obstante, ¿Estamos hablando de un problema de grandes dimensiones? ¿En qué medida contrarresta la estadística de accidentes por uso de armas los beneficios en la minoración de los crímenes la libre disposición de las mismas? El número de muertes por accidente relacionado con armas fue de 200 en 1995 para menores de catorce años. En comparación con esta desgraciada estadística, se puede citar el número de niños muertos anualmente en accidente de tráfico (2.900), o el de los que perdieron la vida ahogados en piscinas (950) o los cerca de mil que murieron por un mal uso de fuegos y encendedores. Habitualmente la cifra anual de muertes de niños en bicicleta supera la citada de muertes en accidente con armas de fuego[33]. Unas muertes no contrarrestan otras, pero estos datos nos sitúan en la magnitud del problema.
Por otro lado, al igual que ocurre con las personas que comenten crímenes con armas, las que son protagonistas de accidentes con ellas no son ni mucho menos representativas del ciudadano medio. Por el contrario, tienen un historial que muestra un carácter irresponsable y un constante desprecio por la vida humana y por los bienes. Si comparamos las armas con los coches, un bien que la mayoría tenemos a mano y manejamos con habitualidad, éstas son instrumentos muy sencillos, y su uso responsable es extremadamente seguro; el número de accidentes con armas por cada 100.000 habitantes está habitualmente entre el 4% y el 6% del número de accidentes de coches por 100.000 habitantes.
Los estudios empíricos demuestran que en los accidentes con armas ha habido de forma mayoritaria un uso indebido o irresponsable. El mismo estudio revela que quien ha estado implicado en accidentes con armas de fuego “están desproporcionadamente implicados en otros accidentes, crímenes violentos y abuso del alcohol”, y en muchas ocasiones de otras substancias que alteran el comportamiento. En la inmensa mayoría de los casos de accidentes de niños, sus padres entran en el perfil descrito[34]. El ciudadano que hace un uso adecuado del arma de fuego no tiene porqué entrar en la desagradable estadística de fallecimientos por accidentes.
Pero como estamos estudiando los efectos de la libertad de armas, lo mejor será recurrir de nuevo al estudio de John R. Lott, por el que sabemos que en 1988 el número de muertes causadas por accidentes fue de 200, 22 en estados con leyes que permiten llevar armas ocultas y 178 en el resto. Tomando como base los datos de los condados entre 1982 y 1992, Lott calcula las consecuencias de extender la legislación más permisiva sobre el conjunto de los Estados Unidos en 1992. Con 186 millones de personas que viven en ese país sin leyes que permiten portar armas ocultas, se produciría un aumento de muertes por accidente de nueve personas. El resultado no tiene significación estadística.
5. La excepción americana
La crítica al libre uso de las armas se une con el acendrado antiamericanismo de nuestra sociedad, que encuentra en los supuestos efectos negativos de la libertad de armas un motivo más de crítica. Como muchas otras, esta carece de fundamento[35]. En primer lugar Estados Unidos tiene un nivel de homicidios por habitantes comparables con otras democracias occidentales[36]. La primera democracia del mundo no es la única en permitir libertad de armas. Otros países con una población que posee armas en igual proporción, como Suiza, Finlandia o Nueva Zelanda, tienen menor incidencia de la criminalidad. Gran Bretaña, que lleva seis años con la aplicación de una estricta legislación de control de armas, ha superado a los Estados Unidos en esa desagradable estadística. Suiza tiene un 40% menos de criminalidad que Alemania, y Nueva Zelanda también queda por debajo de Australia en crimen, con una legislación sobre el libre uso de las armas contrapuesta. Israel tiene un porcentaje de la población con armas mayor que el de los Estados Unidos, y una incidencia del crimen por debajo de Canadá[37]. En las comparaciones que se hacen entre los Estados Unidos y otros países con controles de armas no se tiene en cuenta que hay otros factores sociales y económicos que inciden en esas diferencias; cabe recordar que las diferencias entre Estados Unidos y Europa Occidental eran mayores cuando el Viejo Continente empezó a adoptar legislaciones contrarias a la libertad de armas, lideradas por Alemania. Tampoco se destaca que cuando en Estados Unidos se disparó la criminalidad a mediados de los 60’, ésta aumentó a mayor velocidad en las naciones que mantienen el control de armas. Tampoco se acuden a comparaciones que minimizan los factores puramente culturales. Se cita como ejemplo de baja criminalidad con control de armas a Japón, en claro contraste con los Estados Unidos. Pero se debería tener en cuenta que los japoneses en su país tienen una tasa de homicidios 2,3 veces mayor que la de los compatriotas que viven en los Estados Unidos
Como claro ejemplo de las dificultades a la hora de hacer comparaciones internacionales, hay que hacer notar que las estadísticas de crimen en Japón no incluyen los asesinatos de familiares o los suicidios, que forman parte de la cultura tradicional de ese país. En Gran Bretaña las estadísticas de homicidio o asesinato no incluyen los muertos por la actividad terrorista del IRA, mientras que en Estados Unidos se incluye cualquier muerte causada por cualquier medio. Las comparaciones en muchas ocasiones, como es el caso de Bowling for Columbine, tienen en cuenta sólo las muertes por armas de fuego. Los muertos por armas blancas son mucho mayores en número en Gran Bretaña que en Estados Unidos, cuando lo más importante es cómo evitar las muertes, no el medio con el que se llevan a cabo.
V. Una mirada a España
1. Violencia Doméstica
El año pasado, 68 personas murieron a manos de sus actuales o anteriores parejas, 52 de ellas mujeres, mientras que la estadística de 2003 hasta abril arroja 23 víctimas más, 21 de ellas mujeres. En el típico caso de violencia doméstica, el hombre veja y ataca a la mujer en repetidas ocasiones, con amenazas de nuevos ataques o incluso de muerte. Si la mujer atesora el valor de separarse, en caso de que cuente con los medios de hacerlo, las amenazas se mantienen pese a la ruptura de la relación. Ni las denuncias ante la policía ni las que llegan al Juez son impedimento para el agresor, que cumple las amenazas lanzadas repetidas veces. El español medio observa con indignación la impotencia de las denunciantes de los malos tratos, que aún con el apoyo de instituciones públicas y privadas y a las palabras de políticos y responsables públicos. El problema no mengua, sino que continúa con toda su crudeza.
La palabra que resume la situación de las víctimas de los malos tratos es la indefensión. Por esta razón, a ellas con más razón que a cualquier ciudadano, se les debería respetar el derecho a la autodefensa. Permitirles el uso de armas de fuego y enseñarles a utilizarlas de forma efectiva, segura y responsable es el mejor camino para acabar con la mortal estadística de las víctimas de la violencia doméstica. Merece la pena recordar el episodio de Orlando, en Florida, donde se lanzó, en 1966, una campaña en la que enseñaba a las mujeres de la ciudad a utilizar armas de fuego; una campaña que alcanzó a 2.500 personas. Orlando pasó a ser la única ciudad de los Estados Unidos en la que descendió el número de violaciones, y lo hizo en un 88%, mientras que, concomitantemente, el número de robos por persona cayó asimismo en un 25%. Cuatro años después de llevado a cabo el plan, el número de violaciones era un 13% inferior al anterior al plan, mientras que el de las ciudades de la zona habían aumentado un 306%[38]. Permitir el uso de las armas de fuego para defenderse retraería a algunos de los posibles homicidas y salvaría las vidas de muchas mujeres que actualmente viven amenazadas sin saber si aparecerán en el Telediario como nuevas víctimas de la “violencia de género”. Si en alguno de los casos la pérdida de una vida humana fuera inevitable, ya no sería la de la mujer acosada y atacada, sino la del hasta entonces impune maltratador.
2. Terrorismo
España sigue azotada por el terrorismo etarra, pese a los enormes avances que en la lucha contra el grupo asesino se han llevado a cabo en los últimos años. Miles de personas viven con la permanente amenaza del coche o del paquete bomba, del secuestro o del tiro en la nuca. Parte de la clase política, de los trabajadores de los medios de comunicación o de los empresarios se han ganado el perdón temporal de ETA por su velada defensa de sus posiciones, caso de PNV o EA, o por el pago del impuesto revolucionario. Pero no todos están dispuestos a acompañar al grupo terrorista en sus veleidades políticas o a engordar sus cuentas, y tienen que granjearse medios para su propia seguridad. Los partidos políticos constitucionalistas (PSOE y PP) están realizando un enorme esfuerzo para proporcionar a sus militantes más representativos los servicios de guardaespaldas. Pero ni llega a todos los directamente amenazados por ETA ni sólo los políticos sufren la actividad terrorista. Para ellos el acceso a las armas de fuego supondría un medio eficaz y barato para proporcionarse algo de seguridad frente a la banda nacional-comunista.
Sería interesante recordar un evento que tuvo lugar en otro país que sufre el azote del terrorismo: Israel. Allí, tres terroristas entraron en un MacDonalds con la intención de ametrallar a quienes disfrutaban de su tiempo de ocio. Sólo les dio tiempo a matar a una persona antes de que los ciudadanos israelíes, que tienen derecho a portar armas, reaccionaran disparando contra los asaltantes. La prensa del día siguiente reflejó que los terroristas se dolían de no haberse dado cuenta de que se enfrentaban a una ciudadanía armada. Su plan consistía en sembrar de muertes y terror sitios abarrotados de gente antes de que la policía o el ejército llegaran a la zona. La reacción ciudadana frenó a los terroristas porque contó con los medios para ello[39].
VI. Conclusión
El derecho a la vida es el derecho a procurársela y a defenderla. Por tanto, la autodefensa es parte de los derechos fundamentales del hombre, como han reconocido autores como Algernon Sydney o William Blackstone. La tradición anglosajona, que ha permitido dar lugar a naciones como Gran Bretaña o Estados Unidos, verdaderas lumbreras en la historia de la libertad, distingue los hombres armados de los esclavos. Un dicho suizo relaciona la posesión de armas con el poder político, de tal modo que una sociedad armada es una sociedad democrática. Ellos lo saben bien, ya que han mantenido sus libertades por ochocientos años gracias no haber renunciado a la de armarse. Desde el punto de vista ético, los ataques a la libertad de armas son tan condenables como los ataques a cualquier aspecto de la libertad del hombre. Pero la libertad, que sería defendible por sí misma, es asimismo deseable por los beneficiosos efectos a que da lugar, de tal modo que tiene siempre una doble naturaleza: una ética y otra utilitarista o práctica. Si bien la primera es la más importante, la segunda cara de la moneda, que por fortuna siempre le acompaña, no deja de serlo. Ambas vertientes de la libertad del hombre forman parte de la naturaleza del hombre y en el caso particular de la libertad de armas se revela una vez más, ya que demuestra que, como afirma el título que encabeza el artículo, salva vidas.
[1] Sobre la ideología del poder, véase Murria N. Rothbard, “For a New Liberty. The Libertarian Manifesto” Fox & Wilkes, San Francisco, 1996, págs 54-69. Como ilustración de esta ideología, cabe recordar que en 1588 el Shogun Hideyoshi desarmó a la población durante el periodo que se conoce como “La Gran Cacería de la Espada”, en la que decretó que “la posesión de instrumentos (de guerra) innecesarios hacen difícil la recolección de impuestos y derechos y tiende a fomentar los levantamientos”.
[2] Los datos que se van a ofrecer, salvo indicación en contrario, se refieren a los Estados Unidos, ya que son los estudiados por los autores citados.
[3] Vease “Armed. New Perspectives on Gun Control”. Gary Klerk y Don B. Kates. Prometheus Books, Nueva York, 2001. En adelante, Klerk y Kates.
[4] Op. Cit., pág 37. Véase también la reflexión de Richard Poe en su “The Seven Myths of Gun Control. Reclaming the Truth about Guns, Crime and the Second Admentent”, Forum, Roseville, Ca. 2001, pág 20.
[5] Klerk y Kates, pág 140 y 162.
[6] Op. Cit., pág 162.
[7] Sobre este aspecto, véase el capítulo VI de Klerk y Kates. Merece la pena citar a un conocido criminalista sobre el estudio de Gary Klerk y Mark Getz: “Soy tan fuerte partidario del control de armas como el que se pueda encontrar entre los criminalistas de este país. Si yo [tuviera el poder]... eliminaría TODAS las armas de la población civil y puede que incluso de la policía. Odio las armas, instrumentos feos y desagradables, diseñados para matar personas. No obstante, la solidez metodológica del presente estudio de Klerk y Gertz es clara. No puedo debatir sobre él más allá. El estudio de Klerk y Getz me impresionó por el cuidado que muestran los autores y por la sutileza con la que examinan los datos metodológicamente. No me gustan sus conclusiones de que la posesión de un arma puede ser útil, pero no puedo criticar su metodología. Han tratado denodadamente de tratar por adelantado todas las objeciones, y lo han hecho en sobradamente bien”. Citado en Op. Cit., pág 16. El estudio de los dos criminalistas de titula Armed Resistance to Crime: The Prevalence and Nature of Self-Defense With a Gun, Journal of Criminal Law & Criminology 86 (1995): 150-87. También se puede encontrar en Philip J. Cook and Jens Ludwig, “Guns in America”. The Police Foundation, Washington D.C., 1997.
[8] Op. Cit., pág 222.
[9] Op Cit., pág 267.
[10] Op Cit., pág 312. Se pueden leer dramáticos ejemplos históricos de ciudadanos estadounidenses que han salvado sus vidas y las de conciudadanos suyos en el libro de Robert A. Waters “Guns Save Lives: True Stories of American Defending Their Lives With Firearms”, Loompanics Unlimited, 2002. Es la continuación de su anterior “The Best Defense: true Stories of Intended Victims Who Defend Themselves With a Firearm”, Cumberland House, 1998.
[11] El 911 es el teléfono de la policía en los Estados Unidos.
[12] De hecho, en un contexto más amplio, la posesión de armas es sólo una de las respuestas privadas a la necesidad de protección frente a la inseguridad y el delito. Ante el fracaso de la publificación del control del crimen, tradicionalmente llevado a cabo por instituciones privadas, éstas están retomando protagonismo en las últimas décadas. Sobre el asunto se puede consultar el artículo de Brunce L. Benson Guns for Protection, and Oter Private Sector Responses to the Goverment’s Failure to Control Crime, The Journal of Libertarian Studies, Vol. VIII, No. 1 (Winter, 1986), pp 75-109 y su reciente “To Serve and Protect. Privatization and Community in Criminal Justice”, The Independient Institute, Nueva York, 1998.
[13] Klerk y Kates, págs 290-291. Por otro lado los mismos autores nos informan en la página 292 que sólo un 0,6% de las víctimas que han hecho uso de un arma han necesitado asistencia médica.
[14] Op. Cit., págs 292 y 296. Es asimismo la conclusión del estudio citado por John R. Lott Jr. en su obra “More Guns, Less Crime. Understanding Crime and Gun Control Laws”, The University of Chicago Press, Chicago, 1998. En adelante, Lott.
[15] Op. Cit., pág 294.
[16] Op. Cit., pág 41 y 319-320. El estudio fue realizado a 1.874 criminales de 10 estados de los Estados Unidos. Se titula “Armed an Considered Dangerous: A Survey on Felons and Their Firearms”, Aldine, Nueva York, 1986. Los autores, James Wright y Peter Rossi, concibieron el estudio para mostrar la futilidad de la idea de que la posesión de armas por el público retrae a los potenciales criminales, pero sus propios resultados les sorprendieron al mostrar lo contrario de lo esperado.
[17] Citado en la nota 14. Los casos particulares en que se podrían observar los efectos sobre el crimen de la libertad y del control de armas apuntan en el mismo sentido. El más famoso quizás sea el de Orlando, que queda explicado más abajo. También se pueden citar otros, como la huelga de la policía en 1974 en Alburquerque, a la que la población reaccionó organizando patrullas de vigilancia ciudadana, con efectos espectaculares en el descenso del crimen. En marzo de 1982 la ciudad de Kennesaw, en Georgia, dictó una ley que obligaba a los ciudadanos a tener un arma en sus casas. En los dos años siguientes el número de robos domiciliario descendió de los 65 del 1981 a los 26 en 1982 y a 11 en 1983. Varios programas de cursos de utilización de armas a los dueños de tiendas han tenido como efecto una drástica caída en los atracos a los establecimientos, por ejemplo en Hihgland Park, en Michigan o en Nueva Orleáns. El mismo efecto se produjo en Detroit después de que una organización de ultramarinos de la ciudad tomara una medida semejante.
[18] Recientemente ha publicado un artículo titulado significativamente Confirming More Guns, Less Crime, American Enterprise Institute, 9 de diciembre de 2002, en el que amplía el período de análisis al año 2000. El valor de los datos obtenidos al ampliar el análisis es parecido, y el sentido es exactamente igual. Las conclusiones del libro no se debilitan sino que se reconfirman con la ampliación del período considerado.
[19] Op. Cit., pág 110.
[20] Op. Cit., páginas 51-58.
[21] Op. Cit., pág 62.
[22] Op. Cit., pág 114.
[23] Op. Cit., páginas 73, 62 y 81.
[24] Op. Cit., pág 91-93.
[25] Op. Cit., pág 54.
[26] Op. Cit., págs 55 y 109. Lott concluye en la página 115 que “Las evidencias implican que las armas ocultas son el método más efectivo económicamente de reducir el crimen que haya sido analizado nunca por los economistas; producen un mayor resultado que un aumento en el cumplimiento de las leyes o en la encarcelación, otros dispositivos de seguridad privados o programas sociales como la temprana intervención educativa”. Los datos del coste anual de la tenencia de armas los ofrece el autor en la página 110.
[27] Klerk y Kates, pág 54.
[28] Op. Cit., pág 12.
[29] Op. Cit., págs 62 y 68.
[30] Op. Cit. pág 100-101 y 115. Como cabe esperar, los países que tienen estrictos controles de armas no se escapan al efecto que se deriva el que quienes planean realizar tiroteos en zonas públicas sepan que no encontrarán la respuesta armada de nadie. Cabe recordar el caso de Alemania el pasado 26 de abril de 2000, en el que murieron 16 personas. Los ciudadanos alemanes no tienen el derecho de adquirir un arma a no ser que demuestren que hay una amenaza específica, pero como demuestra el caso referido, no todos los peligros se pueden prever con antelación.
[31] Poe, 8.
[32] Op. Cit., pág 121.
[33] Op. Cit., pág 9.
[34] Véase el capítulo séptimo de la obra de Don B. Kates “Point Black: Guns and Violence in America”, Aldine de Gruyter, Hawthorne, NY., 1991.
[35] Sobre el antiamericanismo, véase Jean François Revel. “La Obsesión Antiamericana. Dinámica, Causas e Incongruencias”. Tendencias, Barcelona, 2003.
[36] Klerk y Kates, pág 61. Hay que tener en cuenta que los datos reflejados en esta obra no dan cuenta de la evolución de la última década, en la que la criminalidad en Estados Unidos ha decrecido, mientras que en Europa ha aumentado, hasta el punto de que esta última ha sobrepasado a la estadounidense. A este respecto, véase el artículo America the Safe. Why Europe´s Crime Rates have Surpassed Ours, de Eli Lehrer, publicado por IEA. El autor cita como principales causas la creciente localización de la gestión policial y el aumento de las penas como principales responsables de esa evolución. Atendiendo a los datos sobre los principales factores que inciden en el crimen aportados por Lott en la obra citada y por Bruce Benson, Op Cit., las principales causas bien podrían ser otras. El criminalista Joyce Lee Malcolm, autor de la obra “Guns & Violence: The English Expierence”, Harvard University Press, Cambridge, Mass, 2000., apunta directamente a la legislación de 1997 que prácticamente acaba con la libertad de armas en Gran Bretaña como la principal causa del aumento del número de delitos que ha tenido lugar precisamente con la aplicación de dicha norma en su artículo Gun Control’s Twisted Outcome. Véase asimismo la nota número 18.
[37] Michael Moore debería haber hecho uso de estos datos en su celebrado Bowling for Columbine. Sobre estos asuntos me he basado en el artículo de John Lott Gun Control Advocates Purvey Deadly Myths, publicado el 11 de noviembre de 1998 en el Wall Street Journal.
[38] Alan Krug The Relationship between Firearms Ownerships and Crime: A Statistical Analisys. Journal of Law and Contemporary Problems, 49. Winter 1986. 35-47.
[39] Para los escépticos sobre la capacidad de defensa que proporcionan las armas cuando una parte de la sociedad está amenazada por un grupo criminal llevado por ideologías genocidas, valdrá recurrir al clásico ejemplo de los judíos que se atrincheraron con unas pocas armas en un gueto de Varsovia, cuando los socialistas alemanes la habían convertido en un campo de prisioneros. Una vívida recreación de ese episodio heroico se debe a John Ross en su “Unintended Consecuences” Accurate Press, St. Louis, Missouri, 1996, págs 70-88. La novela histórica de Ross es un valioso esfuerzo por dar a conocer la cultura de las armas y alguno de los episodios más relevantes de su reciente historia.
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