Un proyecto de país...
Oposición: no la tiene que unir el espanto, sino un proyecto de país
Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky
Los opositores al kirchnerismo deben devolver a la Argentina el respeto a las instituciones y la decencia republicana a partir de un consenso político y económico.
Es casi una constante escuchar a la gente reclamarle a la oposición que se una. Analistas políticos, periodistas y la gente en general se pregunta, ante los continuos desprecios hacia las instituciones que suelen demostrar los Kirchner, ¿dónde está la oposición? ¿Por qué no se une? Uniones que terminaron en un fracasado amontonamiento fue el caso de la Alianza. La cuestión era derrotar al duhaldismo en las elecciones de 1999, pero más allá de ese objetivo no había consenso entre sus miembros sobre cuáles debían ser las políticas públicas si llegaban al poder. Y así ocurrió. Ganaron las elecciones pero las divisiones internas de la Alianza terminaron destruyéndolas.
En rigor, hoy no se observa, en general, una oposición que comprenda en forma integral lo que, a mi juicio, necesita el país. En muchos casos no son otra cosa que una variante del oficialismo pero menos agresiva. Por ejemplo, en el caso de las AFJP, he escuchado a muchos opositores decir que estaban de acuerdo con terminar con el régimen de capitalización y estatizar el sistema previsional, pero que exigían que el gobierno fuera controlado en el uso de los fondos. Dicho en otras palabras, denunciaban al gobierno por querer hacer caja con los ahorros de la gente, pero no denunciaban la violación del derecho de propiedad que la gente va a sufrir con la expropiación de sus ahorros. Es como si algunos opositores sostuvieran, como único argumento, que ellos son estatistas buenos y que los Kirchner son estatistas malos. Algo parecido ocurrió en su momento con la 125. No se discutía la falta de igualdad ante la ley que sufría el campo, sino que se discutía hasta que nivel podía el Estado avanzar en esa falta de igualdad. Lo que debatían era cuál podía ser el nivel de expropiación al campo. No la expropiación misma.
Algunos argumentan que la democracia argentina es joven y hay que esperar a que madure. Quiero recordar que Franco muere en 1975 y las primeras elecciones libres son en 1977 (solo 6 años antes que en Argentina) y sin embargo España creció integrándose al mundo.
En Chile, las elecciones luego del gobierno de Pinochet, fueron en 1990, 7 años después de las elecciones argentinas en 1983.
En Brasil, después del gobierno militar que comenzó en 1964, las primeras elecciones fueron en 1985 y nuestro vecino, si bien no es la perfección en materia de políticas públicas ha logrado, por ejemplo, que un presidente como Lula, que venía de la izquierda más reaccionaria, no se disparara al infinito. De manera que eso de la juventud de nuestra democracia es, desde mi punto de vista, un argumento sin demasiada fuerza.
No me caben dudas de que restablecer un mínimo de decencia en el país y de respeto a las instituciones sería un gran alivio, luego de 5 años y medio de comportamientos ordinarios, groseros y prepotentes, solo tolerados por la gente gracias a la diosa soja que comenzó a subir allá por el 2003 y permitió que la ignorancia, el resentimiento y la prepotencia fueran aceptadas a cambio de comprar electrodomésticos en 24 cuotas sin intereses (otras de las mentiras que supimos inventar). Pero de nada sirve continuar con la combinación de políticas populistas y comportamientos más educados porque nunca vamos a salir del círculo vicioso en el que estamos. No se trata de sustituir un populismo maleducado por otro educado. Se trata de respetar las instituciones y de aplicar políticas públicas consistentes que nos permitan crecer de manera de terminar con el clientelismo político surgido de la pobreza, el que, su vez, le da paso al avasallamiento de las instituciones. La pobreza es el gran negocio de los gobiernos autocráticos y populistas.
Desde el inicio de Economía Para Todos vengo insistiendo con que no sólo hay que votar cada tanto y luego el que gana puede hacer lo que quiere. Lo primero que tenemos que definir son las reglas de juego que deben imperar en el país, cualquiera sea el partido político que gane. Luego vemos la mejor forma de elegir. Sin dudas que el voto es el camino. Pero el voto, por sí solo, no resuelve nada. Es más, aceptar la votación sin limitar el poder del gobierno elegido consiste en pavimentar el camino a la autocracia, porque una vez que un déspota, aunque sea con pocos votos, se hace del monopolio de la fuerza, puede transformar el país en un infierno, y los costos de quitarse de encima a ese autócrata terminan siendo muy altos, porque los autócratas están dispuestos a cualquier cosa con tal de mantener el poder. Es más, saben que si pierden el poder, una vez en el llano, corren el riesgo de ir presos por sus actos de corrupción y abusos del poder.
¿Cuáles podrían ser esas reglas básicas que debería adoptar la oposición, además de una forma de gobierno basada en una democracia republicana? Como mínimo las siguientes:
1. Integrar política y económicamente al mundo a la Argentina. Incorporarnos al comercio mundial tiene que ser visto como una oportunidad para captar un mercado de 6.200 millones de potenciales consumidores. No tenemos que ver el mundo como un peligro, sino como una gran oportunidad.
2. Un categórico respeto por los derechos de propiedad de manera de atraer el ahorro hacia el país para que este se vuelque a financiar el consumo y las inversiones. La Corte Suprema de Justicia es un bastión fundamental al momento de limitar el abuso de poder del Ejecutivo. Una Corte que limite a un Estado depredador es clave para abrir el camino al crecimiento.
3. Una política tributaria que deje de expoliar al contribuyente para sostener estructuras burocráticas corruptas. Una política tributaria con menos impuestos y más bajos reduciría el premio por evadir e incorporaría al mercado formal a millones de personas que hoy no tienen otra alternativa que vivir en la informalidad porque, de lo contrario, serían simples esclavos de un Estado depredador.
4. No somos el ombligo del mundo y tenemos que atraer inversiones. Por lo menos hay dos condiciones básicas para atraerlas: a) no aplicarles impuestos altos y b) respetar los derechos de propiedad. Sin estas dos condiciones, los capitales se van a otro país. El mundo puede vivir sin Argentina. Tenemos que entender que el resto del mundo no se desvive por nosotros. Por el contrario, hoy directamente nos ignoran.
5. Toda inversión tiene que estar basada en el principio que el empresario tiene que invertir para ganarse el favor del consumidor y no, como hasta ahora, que muchos empresarios buscan el favor del funcionario público para que les reserven el mercado y luego ponen unos pocos dólares para justificar antes las cámaras de televisión la inauguración de una planta incapaz de competir a nivel internacional.
6. Establecer una legislación flexible que incentive la contratación de personal en vez de espantar a las empresas a la hora de contratar mano de obra. Con el argumento de defender a los trabajadores, se ha establecido en Argentina una legislación laboral que solo defiende, y parcialmente, a quienes están dentro del mercado laboral, dejando fuera del mismo a millones de personas que trabajan en la informalidad o directamente no pueden trabajar.
7. Impulsar una profunda reforma del Estado que deje de ser la máquina de impedir que es hoy, con el solo objeto de coimear a quienes quieren producir o bien para que los burócratas justifiquen su existencia. El Estado está para defender los derechos a la vida, la libertad y la propiedad. No para violar dichos derechos.
El listado podría ser más amplio, pero me conformaría con que la oposición adoptara estas mínimas políticas públicas para lograr el desarrollo de la Argentina. No hay que inventar grandes cosas. Simplemente copiar lo que han hecho tantos países que salieron de la pobreza.
En síntesis, la idea es evitar que a la oposición no la una el espanto ante tanto falta de decencia, sino un conjunto de políticas públicas que no solo permitan terminar con la actual destrucción del país. Eso hay que evitarlo, pero también hay que construir en base a proyectos de largo plazo y no solo sacarse de encima al actual autócrata para que luego, ante el fracaso del amontonamiento, venga otro autócrata, porque los que se amontonaron ante el espanto, no consiguieron que la población pudiera disfrutar de una mejor calidad de vida en libertad.
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