¿Deber del periodismo?
Ayer en la reunión de ADEPA se trató la actitud del gobierno con la creación del observatorio de medios. Las alarmas son tardías pero bienvenidas sean igual. Pasamos varios años en que entre vendidos y temerosos los delirantes en el poder podían hacer cualquier cosa con los medios y con los periodistas, desde el escándalo de Julio Nudler a esta parte, sin ninguna consecuencia ni grandes declaraciones de principios como las que ocurrían años antes ante cualquier roce con el poder. Si una sobredosis de kirchnerismo, que por si mismo es una sobredosis, sirvió para despertar la dignidad general, al final tendremos que agradecerle al gobierno los servicios prestados.
Se dijo ayer que el periodismo debe ser crítico del poder. Tal vez habría que precisar mejor y decir que es mejor que sea crítico en función de su calidad, porque lo importante para que haya libertad de expresión es que el motivo por el que el periodismo es crítico cuando lo es, no es ningún deber, sino un simple querer. El periodismo crítico cuando hay libertad de expresión es crítico porque se le canta. Y cuando es oficialista si lo es también porque quiere, aunque su calidad baje, es su problema (y si se vende la cuestión es otra).
Se cae rápido en visiones comunitarias y tan negadoras de la libertad de expresión como quiere el gobierno y como señaló esa resolución nazi de la Facultad de Ciencias Sociales. La expresión no es algo que pueda ser controlado por el poder, pero tampoco algo que se le deba ni a la sociedad ni a personas en particular. Es una facultad del individuo sólo determinada por su voluntad y mientras no viole derechos de otros. Esa deformación viene del equívoco de afirmar que existe un “derecho a la información”, que fue la base teórica de la resolución totalitaria que inspira al “observatorio” cuya contrapartida es que la prensa tiene que informar “la Verdad”. Esa óptica le da al gobierno la autoridad para velar por “la Verdad” que se le debería al público. Por esa vía la libertad de expresión está muerta.
Se puede decir de dos formas. Una que la función de la prensa no es decir la verdad sino decir lo que quiere sin afectar derechos de otros. O simplemente decir que libertad de prensa significa que no existe tal cosa como una función de la prensa. Si un medio no da buena información en ese contexto será un problema entre él y sus clientes pero no hay ningún problema social en juego. No se le deben explicaciones al poder por lo que se dice. Y por supuesto el gobierno tiene derecho a discutir lo que se dice de él pero en ningún caso es policía de verdad alguna.
En la pluralidad de opiniones y en la libertad de informar cómo se quiere lo que se quiere está la única garantía disponible de que el público puede estar informado mejor. En ese riesgo de comprar cualquier versión equivocada y en esa responsabilidad personal por seleccionar lo mejor que haya disponible se encuentra el secreto para una sociedad mejor informada.
Así como no es un gendarme el que consigue que tengamos la mejor licuadora sino la libertad de unos de producirla como quieran producirla, incluso mal y la oportunidad que significa elegir la que quiera el consumidor; tampoco es un gendarme el que nos asegura la mejor información. El gendarme es encima el menos indicado para cumplir ese trabajo porque tiene más intereses que nadie en condicionar lo que se dice.
Un caso particular es el de las agencias oficiales, como Telam por ejemplo. Se trata de un organismo pagado por los contribuyentes y por tanto la relación cambia. Su actuación en los últimos años nos puede servir para ver a dónde nos llevarían los controladores kirchneristas.
El resultado de esa libertad no es que tenemos un periodismo genial que es la promesa de los que quieren guardianes de la “Verdad”, es que obtenemos lo que cualquier persona madura sabe que puede obtener en la vida de relación: lo mejor según el leal saber y entender del que actúa y siempre sujeto a rectificación. Los paraísos en la tierra, como sería el de la “información veraz” garantizada por “observatorios” y guardianes de la antidiscriminación tienen un solo resultado, que es el que obtienen las personas inmaduras en su vida de relación: el infierno en la tierra. Casi siempre lo prometen los peores y no es casual.
Via No me parece
Se dijo ayer que el periodismo debe ser crítico del poder. Tal vez habría que precisar mejor y decir que es mejor que sea crítico en función de su calidad, porque lo importante para que haya libertad de expresión es que el motivo por el que el periodismo es crítico cuando lo es, no es ningún deber, sino un simple querer. El periodismo crítico cuando hay libertad de expresión es crítico porque se le canta. Y cuando es oficialista si lo es también porque quiere, aunque su calidad baje, es su problema (y si se vende la cuestión es otra).
Se cae rápido en visiones comunitarias y tan negadoras de la libertad de expresión como quiere el gobierno y como señaló esa resolución nazi de la Facultad de Ciencias Sociales. La expresión no es algo que pueda ser controlado por el poder, pero tampoco algo que se le deba ni a la sociedad ni a personas en particular. Es una facultad del individuo sólo determinada por su voluntad y mientras no viole derechos de otros. Esa deformación viene del equívoco de afirmar que existe un “derecho a la información”, que fue la base teórica de la resolución totalitaria que inspira al “observatorio” cuya contrapartida es que la prensa tiene que informar “la Verdad”. Esa óptica le da al gobierno la autoridad para velar por “la Verdad” que se le debería al público. Por esa vía la libertad de expresión está muerta.
Se puede decir de dos formas. Una que la función de la prensa no es decir la verdad sino decir lo que quiere sin afectar derechos de otros. O simplemente decir que libertad de prensa significa que no existe tal cosa como una función de la prensa. Si un medio no da buena información en ese contexto será un problema entre él y sus clientes pero no hay ningún problema social en juego. No se le deben explicaciones al poder por lo que se dice. Y por supuesto el gobierno tiene derecho a discutir lo que se dice de él pero en ningún caso es policía de verdad alguna.
En la pluralidad de opiniones y en la libertad de informar cómo se quiere lo que se quiere está la única garantía disponible de que el público puede estar informado mejor. En ese riesgo de comprar cualquier versión equivocada y en esa responsabilidad personal por seleccionar lo mejor que haya disponible se encuentra el secreto para una sociedad mejor informada.
Así como no es un gendarme el que consigue que tengamos la mejor licuadora sino la libertad de unos de producirla como quieran producirla, incluso mal y la oportunidad que significa elegir la que quiera el consumidor; tampoco es un gendarme el que nos asegura la mejor información. El gendarme es encima el menos indicado para cumplir ese trabajo porque tiene más intereses que nadie en condicionar lo que se dice.
Un caso particular es el de las agencias oficiales, como Telam por ejemplo. Se trata de un organismo pagado por los contribuyentes y por tanto la relación cambia. Su actuación en los últimos años nos puede servir para ver a dónde nos llevarían los controladores kirchneristas.
El resultado de esa libertad no es que tenemos un periodismo genial que es la promesa de los que quieren guardianes de la “Verdad”, es que obtenemos lo que cualquier persona madura sabe que puede obtener en la vida de relación: lo mejor según el leal saber y entender del que actúa y siempre sujeto a rectificación. Los paraísos en la tierra, como sería el de la “información veraz” garantizada por “observatorios” y guardianes de la antidiscriminación tienen un solo resultado, que es el que obtienen las personas inmaduras en su vida de relación: el infierno en la tierra. Casi siempre lo prometen los peores y no es casual.
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