Los gritos desde la tribuna no cambian la realidad
Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky
Cuando un modelo se agota y entra en cuenta regresiva, los discursos no modifican el escenario. Eso sólo es posible con un cambio de políticas.
¿Quién puede invertir en un país en el cual su presidente da cuatro discursos en una semana, todos ellos cargados de amenazas, descalificaciones, contradicciones y temas que no tienen nada que ver con los problemas reales de la gente (por ejemplo, como mencionar al golpe de Estado 1976 mientras se habla de las retenciones al campo)? ¿Quién puede invertir en un país en el cual el representante de las fuerzas de choque del gobierno es sentado en un sitio de honor junto al presidente luego de haber usado la fuerza bruta para agredir a quienes piensan diferente? ¿Quién puede invertir en un país en el cual el titular del Ejecutivo, en vez de buscar las soluciones a los problemas, convoca a un acto de apoyo a su gestión y crea una escenografía de cartulina para tratar de convencer a la gente de que cuenta con el apoyo popular? ¿Quién puede invertir en un país donde el esposo del primer mandatario lanza sus tradicionales diatribas y luego habla de amor y de diálogo? ¿Quién puede invertir en un país en el cual el secretario de Comercio se cree un iluminado que puede exigirles a las empresas a qué precios tienen que vender y qué rentabilidad tienen que obtener de sus inversiones?
Más aún, ¿quién puede invertir en un país en el cual se confunde el voto popular con la vigencia del Estado de Derecho? Porque Cristina Fernández de Kirchner y su marido insisten con que en octubre pasado fueron apoyados con el 46% de los votos. Dejando de lado el porcentaje real, lo que el kirchnerismo parece no entender es que haber conseguido la mayoría de los votos no significa tener la patente de monarca que puede hacer lo que quiere con el monopolio de la fuerza que se le delegó. Tener una mayoría circunstancial no habilita a un presidente a pasarle por encima al orden jurídico preexistente.
Es ese desprecio por el orden republicano y el Estado de Derecho que tienen los Kirchner (recordemos, por citar un caso, que Néstor, siendo abogado, dijo que Luis Patti tiene que demostrar que es inocente ante la Justicia, cuando hasta un chico sabe que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario) es lo que hace que en Argentina no reine el orden jurídico, sino el capricho del gobernante de turno. Y en los países en los que no reina el orden jurídico, la imprevisibilidad en la conducta de sus gobernantes hace que pocos piensen en invertir.
El ejemplo más claro al respecto lo ha tenido la empresa Techint, que invirtió en Venezuela en una importante planta siderúrgica que, ahora, el monarca de turno le ha confiscado. Este hecho debería servir como advertencia para muchos empresarios que prefieren las regulaciones, los subsidios y las reservas de mercado a la competencia. Cuando una empresa basa sus ganancias en este tipo de medidas, pasa a ser totalmente vulnerable a los caprichos del burócrata de turno. En cambio, en un sistema basado en la competencia y en el Estado de Derecho, la solidez de una empresa se basa en la capacidad de sus directivos para ganarse el favor de los consumidores. No dependen de la resolución de un burócrata para sobrevivir, sino de su propia capacidad de innovación para permanecer en el mercado. Techint ha sido víctima de la ausencia del Estado de Derecho y de la falta de una justicia independiente. Ha sido víctima de los caprichos de un señor que cree que los votos le dan derecho a hacer lo que quiere.
Como, lamentablemente, el rumbo que ha tomado Argentina es el de la arbitrariedad en las reglas de juego y el de las decisiones caprichosas y alejadas de un gobierno limitado, nuestras posibilidades de crecimiento están cercenadas porque, como decía antes, nadie pone su dinero en un país en el cual sus máximas autoridades, en vez de transmitir equilibrio y serenidad, gritan como desaforados desde la tribuna política ante auditorios especialmente convocados para aplaudir frente a las cámaras de televisión.
El problema es que esos aplausos de utilería no pueden evitar la realidad que tenemos por delante. ¿Cuál es esa realidad? Una inflación que tiende a descontrolarse, una crisis energética que sigue agravándose, un sector productivo que clama por un tipo de cambio más alto sin especificar cómo conseguirlo sin más inflación, una maraña de subsidios que lleva a que se dispare el gasto público, problemas de abastecimiento, ausencia de crédito a tasas pagables, escándalos de corrupción que fueron transitoriamente tapados por el escándalo del impuestazo al campo. Y, como frutilla del postre, una deuda pública que ya ha superado a la que teníamos en 2001 antes del default, a pesar de la declamada política de desendeudamiento.
Poco importa si el campo vuelve o no a las rutas de no llegarse a un acuerdo con el Gobierno. Cuando la economía está fuera de control cualquier elemento puede ser el disparador de una crisis. Dicho en otras palabras, las crisis no se producen porque sí, sino que son la acumulación de una serie de errores que, en determinado momento, derivan en un estallido. Y este Gobierno, en 5 años, ha acumulado errores en cantidades industriales.
¿Qué podemos esperar los argentinos en el mediano plazo? Un escenario posible es que los Kirchner giren 180 grados en su política. Tanto en el respeto por el orden jurídico como en lo económico. Luego de escuchar el discurso de Néstor de la semana pasada, este escenario tiene muy bajas probabilidades de ocurrir.
El segundo escenario consiste en seguir en el mismo rumbo y continuar poniéndole parches a un globo que ya está agujereado por todos lados, mientras recrudecen los agravios, las descalificaciones y las amenazas. Veremos cómo se inventan nuevos enemigos de la Argentina para quitarse de encima la responsabilidad del creciente deterioro y malestar popular. Y cuanto más se complique el escenario, más agresividad vamos a ver y más enemigos se van a inventar.
En términos económicos, no podemos esperar otra cosa que más regulaciones y controles, con inflación creciente y un dólar que todos comenzarán a ver como barato. Los dirigentes sindicales exigirán más incrementos salariales y las empresas observarán cómo se derriten sus utilidades.
Es posible que, en el corto plazo, asistamos a un aumento del consumo porque la gente huirá del dinero y comprará bienes antes de que suban de precio. Este comportamiento acentuará la inflación.
Como el kirchnerismo se declara a sí mismo heterodoxo, utilizará todos los instrumentos represivos que tenga a mano para intentar controlar las contradicciones del modelo. Si mañana desdoblaran el mercado de cambios, no me sorprendería. Lo que tenemos que esperar es que pueda aplicarse cualquier medida, por más represiva e ineficiente que sea, para tratar de sostener un modelo que agoniza.
Todos sabemos, y la mayoría de la gente lo intuye, que el modelo entró en cuenta regresiva. Y cuando un modelo se agota, los gritos desaforados desde las tribunas no conseguirán cambiar la realidad. © www.economiaparatodos.com.ar
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