El kirchnerismo castiga una vez más a la población
Las medidas proteccionistas que el Gobierno estaría dispuesto a aplicar para protegernos de la crisis mundial constituyen un nuevo error en materia de política económica.
A las apuradas, y por estar concentrados en el control del poder en vez de crear las condiciones para el crecimiento de largo plazo, los Kirchner están tratando de inventar un plan B que, según Cristina, Argentina no necesitaba pero sí precisaban los países desarrollados. Sin embargo, una vez más, la realidad se llevó puesta la soberbia con que hemos visto gobernar el país en los últimos 5 años y medio.
Por el momento todo se ha limitado a cantar loas a lo hecho en los últimos años, afirmando que gracias a la política económica aplicada Argentina no tiene grandes problemas. Claro, seguramente no estarán muy al tanto de las caídas de ventas en inmuebles, construcción, autos, indumentaria y demás bienes y servicios. Ni tendrán noticias de la cantidad de suspensiones y despidos de personal que asoman en el horizonte.
Cristina ha dicho que va a defender el trabajo de los argentinos y parece estar dispuesta a aplicar medidas proteccionistas para, supuestamente, defender los puestos de trabajo. La pregunta que habría que formularse ante el proteccionismo que se avecina es: ¿a cambio de qué? Porque si algo deberían tener en claro en el gobierno es que en economía no hay tal cosa como un almuerzo gratis. Alguien siempre lo paga.
Ahora bien, ¿qué es el proteccionismo? No es otra cosa que restringir artificialmente la oferta de bienes. Ahora bien, por más que los Kirchner pretendan derogar la ley de la oferta y la demanda, cuando alguien se restringe artificialmente la oferta, la consecuencia inmediata es una suba en el precio del bien que tiene restricciones en la comercialización. El proteccionismo no es otra cosa que una transferencia de ingresos de los consumidores a favor del que es protegido. Como esta arbitraria transferencia es inevitable bajo el proteccionismo, lo que está proponiendo Cristina Kirchner es bajarle el ingreso real a los consumidores a favor de unos pocos que se verán beneficiados con la restricción de la competencia. Un mecanismo muy particular de entender la “justa distribución del ingreso”. Que los más pobres subsidien a los más ricos. De manera que, a la pregunta, ¿a cambio de qué? la primera respuesta es a cambio de un menor salario real.
La segunda cuestión a considerar en esto del proteccionismo es que al no haber estímulo para la competencia, la calidad de los productos inevitablemente disminuye. ¿Por qué ofrecer algo de mejor calidad, sino no hay competidores que ofrezcan algo mejor? De manera que la utilidad es por doble vía: a) mayores precios por restricción de la competencia y b) menor calidad a precios más alto porque el consumidor no tiene libertad de elegir.
Una tercera cuestión tiene que ver con la inversión. ¿Por qué si alguien tiene asegurado el mercado interno va invertir para ampliar su capacidad de producción? Si gracias a la intervención del Estado soy el único que vende un determinado producto, también puedo maximizar mis ingresos haciendo que haya colas de espera para comprarme a mí.
Todos sabemos que sin inversiones no hay crecimiento posible ni aumentos de la productividad, por lo tanto, el proteccionismo conduce, también en el largo plazo, a bajas tasas de inversión y reducidos niveles de productividad. Esto quiere decir, en castellano básico, que el proteccionismo produce una redistribución regresiva del ingreso no solo en el corto plazo, sino también en el largo plazo.
Al tener bajos niveles de productividad, se perpetúa el pedido de protección porque el productor local nunca va a estar en condiciones de competir con los productos importados y, mucho menos, exportar. Es que al establecerse mecanismos de protección los niveles de producción son tan bajos que los costos fijos por unidad producida son demasiado altos para competir en el exterior y exportar.
Basta con ver la historia económica argentina para advertir que a partir de la década del 40, cuando nos cerramos al mundo y seguimos el modelo de sustitución de importaciones, el ingreso per cápita de los argentinos empezó a crecer cada vez menos hasta llegar a solo el 0,9% de aumento anual.
¿Qué atractivo puede tener para alguien invertir para producir para un mercado con solamente 40 millones de consumidores, de los cuales el 32% está debajo de la línea de pobreza y el resto tiene ingresos miserables? ¿Qué cantidad de capital y trabajo se necesita para abastecer un mercado tan raquítico?
Gracias a la inflación que generó el BCRA, en la práctica una institución sin ninguna independencia del poder Ejecutivo, el eufemismo del tipo de cambio competitivo ha dejado de existir. Por eso ahora el gobierno recurre a mecanismos directos para restringir las importaciones.
El resultado de todo esto es que cada vez nos aislamos más del mundo. El gobierno limita las exportaciones de carne, trigo, lácteos y aplica impuestos feroces a otros productos del sector agropecuario. Al mismo tiempo restringe las importaciones bajo el argumento de proteger a la industria local. El típico comportamiento de los ignorantes en materia de economía o de los que pretenden aislar a la población del resto del mundo para someterla a sus caprichos autocráticos.
Lo que ha propuesto Cristina Fernández lejos está de defender los intereses de la población. Que diga la verdad: le otorga beneficios a unos pocos en detrimento de la mayoría, generando una regresiva transferencia de ingresos.
Empresarios mendigando protección en vez de luchar por ser mejores y competitivos en su trabajo. Dirigentes sindicales haciendo su negocio con el gobierno recibiendo recursos públicos a cambio de mirar para otro lado cuando se perjudica a los consumidores. Esto es construir un país de mediocres, sin aspiraciones de progreso. Esto es el típico populismo barato que ha tenido Argentina durante década y, por eso, cada 6 años la economía argentina estalla en mil pedazos.
Ahora que lo digo, ¿cuando fue el último estallido? ¿En el 2002?
© www.economiaparatodos.com.ar
A las apuradas, y por estar concentrados en el control del poder en vez de crear las condiciones para el crecimiento de largo plazo, los Kirchner están tratando de inventar un plan B que, según Cristina, Argentina no necesitaba pero sí precisaban los países desarrollados. Sin embargo, una vez más, la realidad se llevó puesta la soberbia con que hemos visto gobernar el país en los últimos 5 años y medio.
Por el momento todo se ha limitado a cantar loas a lo hecho en los últimos años, afirmando que gracias a la política económica aplicada Argentina no tiene grandes problemas. Claro, seguramente no estarán muy al tanto de las caídas de ventas en inmuebles, construcción, autos, indumentaria y demás bienes y servicios. Ni tendrán noticias de la cantidad de suspensiones y despidos de personal que asoman en el horizonte.
Cristina ha dicho que va a defender el trabajo de los argentinos y parece estar dispuesta a aplicar medidas proteccionistas para, supuestamente, defender los puestos de trabajo. La pregunta que habría que formularse ante el proteccionismo que se avecina es: ¿a cambio de qué? Porque si algo deberían tener en claro en el gobierno es que en economía no hay tal cosa como un almuerzo gratis. Alguien siempre lo paga.
Ahora bien, ¿qué es el proteccionismo? No es otra cosa que restringir artificialmente la oferta de bienes. Ahora bien, por más que los Kirchner pretendan derogar la ley de la oferta y la demanda, cuando alguien se restringe artificialmente la oferta, la consecuencia inmediata es una suba en el precio del bien que tiene restricciones en la comercialización. El proteccionismo no es otra cosa que una transferencia de ingresos de los consumidores a favor del que es protegido. Como esta arbitraria transferencia es inevitable bajo el proteccionismo, lo que está proponiendo Cristina Kirchner es bajarle el ingreso real a los consumidores a favor de unos pocos que se verán beneficiados con la restricción de la competencia. Un mecanismo muy particular de entender la “justa distribución del ingreso”. Que los más pobres subsidien a los más ricos. De manera que, a la pregunta, ¿a cambio de qué? la primera respuesta es a cambio de un menor salario real.
La segunda cuestión a considerar en esto del proteccionismo es que al no haber estímulo para la competencia, la calidad de los productos inevitablemente disminuye. ¿Por qué ofrecer algo de mejor calidad, sino no hay competidores que ofrezcan algo mejor? De manera que la utilidad es por doble vía: a) mayores precios por restricción de la competencia y b) menor calidad a precios más alto porque el consumidor no tiene libertad de elegir.
Una tercera cuestión tiene que ver con la inversión. ¿Por qué si alguien tiene asegurado el mercado interno va invertir para ampliar su capacidad de producción? Si gracias a la intervención del Estado soy el único que vende un determinado producto, también puedo maximizar mis ingresos haciendo que haya colas de espera para comprarme a mí.
Todos sabemos que sin inversiones no hay crecimiento posible ni aumentos de la productividad, por lo tanto, el proteccionismo conduce, también en el largo plazo, a bajas tasas de inversión y reducidos niveles de productividad. Esto quiere decir, en castellano básico, que el proteccionismo produce una redistribución regresiva del ingreso no solo en el corto plazo, sino también en el largo plazo.
Al tener bajos niveles de productividad, se perpetúa el pedido de protección porque el productor local nunca va a estar en condiciones de competir con los productos importados y, mucho menos, exportar. Es que al establecerse mecanismos de protección los niveles de producción son tan bajos que los costos fijos por unidad producida son demasiado altos para competir en el exterior y exportar.
Basta con ver la historia económica argentina para advertir que a partir de la década del 40, cuando nos cerramos al mundo y seguimos el modelo de sustitución de importaciones, el ingreso per cápita de los argentinos empezó a crecer cada vez menos hasta llegar a solo el 0,9% de aumento anual.
¿Qué atractivo puede tener para alguien invertir para producir para un mercado con solamente 40 millones de consumidores, de los cuales el 32% está debajo de la línea de pobreza y el resto tiene ingresos miserables? ¿Qué cantidad de capital y trabajo se necesita para abastecer un mercado tan raquítico?
Gracias a la inflación que generó el BCRA, en la práctica una institución sin ninguna independencia del poder Ejecutivo, el eufemismo del tipo de cambio competitivo ha dejado de existir. Por eso ahora el gobierno recurre a mecanismos directos para restringir las importaciones.
El resultado de todo esto es que cada vez nos aislamos más del mundo. El gobierno limita las exportaciones de carne, trigo, lácteos y aplica impuestos feroces a otros productos del sector agropecuario. Al mismo tiempo restringe las importaciones bajo el argumento de proteger a la industria local. El típico comportamiento de los ignorantes en materia de economía o de los que pretenden aislar a la población del resto del mundo para someterla a sus caprichos autocráticos.
Lo que ha propuesto Cristina Fernández lejos está de defender los intereses de la población. Que diga la verdad: le otorga beneficios a unos pocos en detrimento de la mayoría, generando una regresiva transferencia de ingresos.
Empresarios mendigando protección en vez de luchar por ser mejores y competitivos en su trabajo. Dirigentes sindicales haciendo su negocio con el gobierno recibiendo recursos públicos a cambio de mirar para otro lado cuando se perjudica a los consumidores. Esto es construir un país de mediocres, sin aspiraciones de progreso. Esto es el típico populismo barato que ha tenido Argentina durante década y, por eso, cada 6 años la economía argentina estalla en mil pedazos.
Ahora que lo digo, ¿cuando fue el último estallido? ¿En el 2002?
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