Donde esta el dinero

El problema con el dinero está en la cabeza, no en los bolsillos.

Me tomo un recreo porque la realidad no da para más y le contesto a un amable lector que en un correo critica mi "resentimiento hacia los pobres y marginados" y da un largo (e interesante) sermón sobre la falta de oportunidades de millones de tipos mientras que otros como yo nos reímos de ellos, etc. Habla de la pobreza de muchos y de lo injusto de la riqueza de otros y lo "imposible" que resulta alcanzar el éxito en una sociedad desigual como ésta.

En principio no me río de los pobres, sino de los gronchos. Ya volveremos sobre este tema en otro post de la sección "Al Pedo por la vida". Como es un mensaje respetuoso aunque disienta de él, lo contesto acá y cumplo de paso con postear seguido. El discurso de la pobreza encierra un problema sobre el tema dinero, y el tema dinero encierra el problema de la iniciativa y de la creencia que tenemos del dinero.


Sacándome la bolsa de la cabeza.

Apesar de vivir en una familia de clase media acomodada, cuando tendría no más de nueve o diez años tenía dos negocios que durante el verano me generaban ingresos fijos y me entretenían durante los tres meses que pasaba en Mar del Plata. Uno era de compra venta de revistas y otro de “artesanías” con caracoles. Cada uno de ellos apuntaba a un público específico, tenían sus propios márgenes de ganancia y de carga de trabajo.

Aplicaba en ellos conceptos del management, marketing y administración de empresas que recién descubrí como tales 20 años después. Por épocas estaba asociado a mi hermana menor y en otras era mi empleada. Para las artesanías compraba al por mayor caracoles exóticos y copiaba los modelos de los recuerdos que vendían los negocios, y que estaban muy de moda. Con una humilde lona, cambio y buena cara me pasada las tardes de playa en la Rambla ofreciendo mi mercancía.


Lo admito, fui un empresario de la industria de la artesanía caracolera.

Aprovechaba mi ventaja diferencial: estaba “obligado” a estar en Mar del Plata, no me gustaba la arena pero no podía quedarme en casa, sino que debía ir con mi familia a la playa. Las elaborábamos los días de lluvia y las vendíamos los de sol. Pero la mayor ventaja radicaba en que me encantaba contar con mi dinero.

Por momentos de aquella Argentina Potencia de los ´70 andaba tan bien el negocio que abríamos con mi hermanita dos sucursales y hasta competíamos ficticiamente con el precio vendiendo lo mismo con diferentes márgenes de ganancia (¿Estaríamos incursionando en la cartelización y el dummping?) para darles “opciones” a nuestros clientes.

Con las revistas pasaba lo mismo: nos encantaba leerlas pero no podíamos reponerlas tan pronto las leíamos, cosa que pasaba en la misma tarde. También copiando el sistema de los negocios existentes de canje. Teníamos nuestros puestos en las escalinatas de la rambla. Llegamos a tener cuatro sucursales en diversos puntos de las playas del centro. Comprábamos y canjeábamos revistas usadas para chicos y luego ampliamos a las de actualidad, de deportes y otros rubros. Cuando los clientes no venían a los puestos, recorríamos las playas voceándolas y comprando las usadas. Era un excelente negocio que desarmábamos cuando el verano se iba y debíamos volver a clases.

En invierno criábamos hamsters para vender a nuestros amigos, hacíamos monografías y trabajos prácticos a pedido, armábamos bijouterie, teníamos personas mayores tejiendo gorros y bufandas, realizábamos gestiones como el pago de facturas y envío de paquetes, y según la época. Ya en la adolescencia comprábamos ropa en Capital Federal que revendíamos entre nuestros conocidos y en carnaval ponía puestos para vender nieve artificial.

La clave: El negocio del Hamster es sacrificado pero deja

Durante mis años de secundaria en el Liceo Militar, hace un cuarto de siglo, cosía por encargo botones y arreglaba uniformes de mis compañeros y superiores, vendía un preparado compuesto por leche en polvo, café instantáneo y azúcar que recién hace 10 años las empresas del rubro comercializan en nuestro país. Y para generarme el mercado compraba los fines de semana calentadores eléctricos de resistencia para facilitar el agua caliente, o directamente ponía a disposición el mío de forma “gratuita”.

A los 17 éste espíritu creativo fue asesinado cuando comencé a trabajar por un sueldo. La tranquilidad del ingreso fijo que como excusa me permitía pagar mis gastos de la universidad aplacó mi espíritu emprendedor que renació más empujado por la necesidad de mantener una familia que por desarrollar un instinto comercial y empresario.

Cuando mis compañeros de estudio sufrían pensando cómo conseguir un empleo fijo, yo soñaba y ponía mis energías en cómo salir del empleo mediocre y la obra social más mediocre aun que me ofrecía el Estado.

Cuando en la universidad veía a un futuro colega copiándose en un examen o “zafando” en un final para mis adentros festejaba por un competidor menos en el mercado. Años después la regla se confirma cada vez que me los cruzo en la calle o en la profesión. Saludo aliviado y con una actitud solidaria porque sé que no están en mi rango de competencia por los clientes de mi segmento de mercado.

Tal vez no sea el mío el mejor ejemplo de emprendedor. Pero siempre me llamó la atención cómo nació, por mi historia familiar, una conducta que no era alentada, por el contrario, en mi casa. El secreto creo que está que todo lo hacía me divertía, lo que me daba dinero era lo que más me entretenía y alegraba.

Hay un contexto emocional en la riqueza y también lo hay en la pobreza. La abundancia y la escasez son estados de ánimo y su cambio o aceptación se encuentra a un pensamiento de distancia. En la decisión de abrirse a la riqueza más la capacidad de poder concretar los sueños.

El éxito puede llamar a tu puerta cuando menos lo esperas

Todos tenemos la posibilidad y oportunidad de ser exitosos en lo que hacemos si derribamos nuestras creencias respecto del dinero y la riqueza. No importa en qué parte del cuadrante de Kiyosaky (El de Padre Rico Padre Pobre) nos encontremos: lo que lo atraviesa de manera determinante es nuestra posición mental frente a la realidad. Nuestra acción sigue a nuestro pensamiento, nuestra percepción determina nuestra realidad: Si pensamos como pobres viviremos como pobres.

Hoy día estoy en todos los lados del cuadrante (soy empleado, asesoro por honorarios) a empresas y organismos, soy dueño de algunas propiedades que me generan una pequeña renta en comparación al valor de los inmuebles, me autoempleo profesionalmente en mi consultora e invierto los excedentes. ¿Qué soy? Todo y nada si mi decisión de prosperar no acompaña mis acciones.

Puedo ser todo esto pero si lo que prima en algún momento es la parte de mí mente que teme al futuro, que no confía, que se auto complace, que se justifica y responsabiliza a otros de los errores, mi “parte pobre” ganará la disputa, al menos por ese momento.

¿Hasta qué punto no es una conciencia de pobreza encarar negocios que a todas luces resultan inviables? ¿O mantener en perpetuos estados de proyecto ideas que resultarían exitosas con un mínimo de confianza en nosotros mismos? ¿Cuándo seguir relamiendo viejas heridas nos mantienen en la posición del pobrecito que sufrió mucho? ¿Por qué a veces mantenemos en vigencia la rememoración de fracasos pasados que no hacen otra cosa que reproducirlos en el presente? ¿Desde dónde la crítica a otros emprendedores no significa un juzgamiento a nuestras propias carencias y y temores?

Puedo pensar como rico porque alguna vez no tuve nada (no es una frase nada más) y me levanté, volví a crecer. Siempre presto atención a la gente que le da realmente importancia al dinero. La que no anda con un libreto armado de autocomplacencia de que el dinero no hace a la felicidad y otras cosas por el estilo. Sólo los que alguna vez en nuestra vida no hemos tenido ni $0.40 para comprarnos un cigarrillo somos los que nos juramentamos a nunca más pasar por esa situación. Ni para nosotros ni para nuestros hijos.

Conozco gente de mucho dinero con vidas miserables, incapaces de mover una lapicera de lugar por miedo a perder. Conozco gente que trabaja para otros 14 horas por día pero sueñan (piensan y creen) en construirse un escenario de prosperidad. Hay inversionistas con mucho efectivo que se desviven por no perder la carrera de la inflación y otros que sólo tienen su proyecto para contagiar y poner en marcha su máquina de la riqueza. Sólo hay que encontrarlos. Y no necesariamente viven en Puerto Madero, se puede ser exitoso con tres chanchas o un puesto de tortillas santiagüeñas en Ruta 3.


Cada uno es exitoso como puede y quiere

La visión, un tanto fundamentalista que proclama que de acuerdo a en qué parte del proceso económico nos encontremos determinará nuestro momento en la carrera por la independencia económica sólo se focaliza en la fotografía de un instante de nuestras vidas. La pobreza, como la riqueza está en la cabeza de cada uno. Centrarse en el momento, que generalmente está teñido de fantasmas de escasez impide desarrollar el máximo potencial económico que tenemos que es nuestra mente creativa, si la sabemos usar.

El dinero no hace a la felicidad, pero es la experiencia física que más se le asemeja. Woddy Allen

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