Los impuestos: ¡son impuestos!
Adrià Pérez Martí
Uno de los argumentos que se emplean para tratar de justificar los impuestos es el llamado contrato social. Los ciudadanos pagamos impuestos voluntariamente porque se ha establecido un contrato por el que, a cambio, el estado nos presta unos servicios. Con esta idea se intenta enjuagar la carencia de raíz que acompaña a esta agresión otorgándole un aire de voluntariedad y libre asociación. Pero, ¿cuándo se ha firmado tal contrato? ¿Lo hice yo?
Evidentemente no existe tal contrato. Más bien al contrario, ante lo que verdaderamente nos encontramos es ante una concepción holista del mundo dominado por el constructivismo cartesiano ejemplificado en la expresión del destacado teorizante de la Revolución francesa, el abate Sieyès, que exhortaba a la Asamblea revolucionaria a “actuar como hombres justos saliendo del estado de naturaleza y reuniéndose con el propósito de firmar un contrato social”.
¿Estaba yo allí?, se preguntarán algunos. ¿Tuve la oportunidad de firmar tal contrato, apartándome y superando los primitivos y atávicos sentimientos del estado de naturaleza?