Jugo de limón y Libertad

¿Qué hace cuando la vida le proporciona limones? Si usted está a punto de decir “hago limonada”, asegúrese primero de contar con un permiso o podría recibir una visita inesperada de un funcionario del gobierno. Este sábado es el “Día por la Libertad de la Limonada”, que es una protesta contra–agárrese fuerte–los cierres gubernamentales de los puestos infantiles de limonada.

Usted probablemente ha visto las historias acerca de los gobiernos clausurando los puestos infantiles de limonada. Si no lo ha hecho, aquí están los resultados solo de Forbes.com. Ciertamente no soy la primera persona en escribir sobre esto: E.D. Kain, por ejemplo, se ha expresado firmemente sobre los puestos de limonada en un par de ocasiones 1, 2) y dirige a los lectores hacia un caso similar en Salem, Oregón donde funcionarios han perseguido a una mujer que se encontraba realizando ventas en su jardín para solventar un tratamiento de cáncer de huesos.

Pensando en la secesión

Por José Benegas

No creo que pueda obligarse a un país a pensar, a comportarse, a ser lógico. Tampoco me parece que la queja sea legítima en tanto no esté implícita la opción de la ruptura. No se puede sostener una relación de enfrentamiento con un sistema de valores como el que impera y crece en la Argentina de manera eterna si no se está dispuesto en algún momento a desistir y simplemente separarse, seguir un propio camino. La queja agota, pero más agota la queja del que está atado al objeto de su queja.

En los países se vota más o menos dentro de un rango de posibilidades. Está claro que si un cincuenta por ciento de un país llega a votar por los que le roban y mienten en la cara, defienden la pelotudez más insólita sin vergüenza y se dedican a perseguir a los demás el tiempo de la queja está agotado. Acá es donde el sistema político es rígido al punto en el que parece que nos dijera “cállate y seguí votando”. Reemplacemos votar por otro verbo y nos acercamos a la cuestión.

Los austriacos tenían razón (otra vez)

Por Jeffrey A. Tucker. (Publicado el 4 de agosto de 2011)

Después de más de tres años de confusión, se ha llegado finalmente a un consenso en que estamos de nuevo en recesión. No se está creciendo. El exiguo crecimiento estadístico de los pasados años (nadie se atrevió a afirmar que produjera una recuperación total) era probablemente una ilusión.

Hay crecimiento real y hay estadísticas del gobierno. Las estadísticas han equivocado a los ingenuos, pero ahora la verdad es evidente para todos. No solo eso: afrontamos una calamidad de deuda imposible, el sector bancario es un zombi, los mercados laborales están parados, el sistema está inundado de recursos mal valorados, la vivienda sigue siendo un lío y no hay otro sitio a donde ir que no sea abajo, abajo, abajo.

La QE1 y la QE2, más increíbles esfuerzos de estímulo regulatorio, más océanos de dinero falso creados por Ben Bernanke, más tipos de interés a nivel del mar no han hecho nada salvo daño. Las oportunidades económicas se han cerrado para toda una generación. La libre empresa (y por tanto, toda la prosperidad) está luchando por su propia vida.

Todo esto se debe a la única cosa en la que Bush, Obama, los republicanos, los demócratas y todos los grandes medios de comunicación existentes están de acuerdo en que era lo que era correcto hacer: corregir las tendencias del mercado, estabilizar y luego estimular la macroeconomía. Una palabra: fracaso.