Memorias del Viejo
Hace muchos años en Cañuelas, un pueblito de la provincia de Buenos Aires (en ese entonces era un pueblo) funcionaba la única empresa que fabricaba placas radiográficas de Sudamérica, abastecía a hospitales, clínicas e incluso exportaba dichas placas a países vecinos.
Los jueces no nos salvarán
El peluquero
Atrapado y sin salida
El estilo de gobierno del matrimonio Kirchner es responsable de haber metido al país en un callejón en el que no hay escapatoria.
A medida que van pasando las semanas, y a pesar del enorme esfuerzo que se hace para transmitir que la economía marcha bien y no hay complicaciones serias a la vista, cada vez es más evidente que el Gobierno está atrapado sin salida en su política económica.
La apuesta a la reactivación vía la expansión monetaria ha llegado al tope de sus posibilidades. La inflación se ha desbordado, literalmente, porque la demanda de moneda ya no aumenta: cada peso que emite el Banco Central de la República Argentina (BCRA) se va a los precios. Como el BCRA defiende el valor del dólar en vez del valor del peso, tiene que cobrar el impuesto inflacionario para defender la divisa estadounidense. Sin embargo, ese impuesto inflacionario ha licuado el tipo de cambio real, al punto de que algunos sectores empresariales comienzan a reclamar un dólar aún más alto. La gran pregunta es: ¿cómo?
Al mismo tiempo, el aumento de la inflación hace caer el salario real y amenaza al motor de la reactivación desde 2002 hasta ahora, que es el consumo. Para que este no caiga, el Gobierno tiene que otorgar aumentos de salarios que, al menos, igualen la tasa de inflación. El costo de estas medidas implica una pérdida de rentabilidad para las empresas. Por su lado, éstas tienen que optar por ajustar precios o perder capital de trabajo, dado que si venden a precios más bajos luego no pueden reponer el stock de mercadería vendida.
El primer y claro problema en que está atrapado el Gobierno tiene que ver, entonces, con haber ignorado la inversión competitiva como paso inicial y genuino para crecer. Y como la inversión no depende solamente de los precios relativos y otras variables económicas, sino también del respeto por los derechos de propiedad y la previsibilidad en las reglas de juego, la salida del atolladero pasa a ser más complicada porque el matrimonio Kirchner no inspira la confianza necesaria para atraer capitales de largo plazo. Digamos que el principal problema para salir del actual esquema son ellos mismos. Sus formas de actuar, de construir poder y de manejarlo podrán ser beneficiosas en el corto plazo para sus aspiraciones personales, pero totalmente contradictorias con una Argentina que pretenda crecer en el largo plazo.
La decisión del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, de controlar los precios y la estructura de costos de las empresas muestra claramente que la administración kirchernista ignora por completo la importancia del marco institucional como generador de inversiones. La razón es muy sencilla. Si Moreno asigna su tiempo a analizar los costos de las empresas y a determinar si la utilidad que tienen es correcta o no, surge la gran pregunta: ¿qué es una utilidad correcta para Moreno? ¿Cuál debería ser la utilidad de una empresa en la Argentina considerando esta calidad institucional? Porque es de suponer que Moreno no debe creer que es lo mismo la calidad institucional de Holanda que la de nuestro país. Por lo tanto, las tasas de rentabilidad que se les piden a las empresas en ambos países son totalmente diferentes. A menor riesgo institucional, menor tasa de rentabilidad. A mayor riesgo, mayor tasa de rentabilidad. Salvo que Moreno pretenda inventar la pólvora y establecer que para el inversor es indiferente la volatilidad en la reglas de juego, por lo que pediría misma rentabilidad a una inversión hundida en Holanda o en la Argentina.
De manera que lo que pronosticamos en estas páginas durante meses, lamentablemente, comienza a cumplirse. Estamos en presencia de una lucha por la distribución del ingreso que será imparable sin un cambio de modelo económico. Al mismo tiempo, el cambio de modelo económico requiere de personajes con un manejo del poder totalmente diferente al del matrimonio Kirchner.
El segundo problema que los tiene atrapados es el de la energía. Razonando en forma muy precaria, el Gobierno cree que el precio internacional de la energía no tiene por qué estar ligado al del mercado interno. La creencia del oficialismo es que, si el petróleo se produce acá, no hay razón por la cual deba tener el mismo precio que en el mercado internacional. Lo que falla en este razonamiento es que el capital es escaso y hay costos de oportunidad. ¿Por qué invertir para extraer gas o petróleo en un país en donde el precio es menor al internacional si en otros países se puede obtener el precio internacional pleno? El ejemplo más evidente es el de Evo Morales. Después de hacerse el guapo con sus medidas autoritarias y socialistas, descubrió que no tiene recursos para extraer el gas, lo cual lo lleva a decirle a Cristina Kirchner que no puede cumplir con el envío de gas pactado. Este caso es el mejor ejemplo para que los funcionarios del Gobierno entiendan la relación entre instituciones y crecimiento económico.
El tercer problema, ligado al anterior, es el de los subsidios para sostener artificialmente bajos algunos precios de la economía. En 2007, el Gobierno destinó $ 14.626 millones a subsidiar diferentes actividades, 125% más que en 2006. De esa cifra, $ 8.331 millones fueron a parar al subsidio del sector energético, lo que significó aumentar estos recursos un 107% respecto al año anterior. Es decir, el Gobierno duplicó el subsidio a la energía, pero no solucionó el problema energético. Lo agravó. ¿Por qué? Porque estuvo financiando flujos artificialmente bajos con subsidios mientras, por otro lado, completaba el precio artificialmente bajo de la energía consumiendo el stock de capital del sector.
Con el transporte le ocurrió algo parecido. En 2007, asignó subsidios a ese rubro por $ 4.219 millones, un 125% más que en 2006. Sin embargo, los trenes, subtes y colectivos no han mejorado en la calidad de sus prestaciones. Al igual que en el caso energético, cada vez se gasta más plata para tener peores servicios.
Al sector alimentario, el Gobierno le destinó $ 1.810 millones de subsidios en 2007. Ahora volvemos con las prohibiciones de exportar trigo, limitaciones a las exportaciones de carne, controles de precios y de costos del sector, amenazas, entre otras medidas.
Como podemos ver, el Gobierno se ha metido en un serio problema. Retrasa artificialmente los precios de algunos productos y financia ese retraso con subsidios y consumo de capital, con lo cual el problema no termina de resolverse nunca, sino que se agrava, dado que al disminuir el stock de capital se reduce la oferta, el precio sube y el subsidio tiende a crecer.
Veamos de nuevo el caso de la energía. Al productor de gas interno se le paga U$S 1,7 por millón de BTU. Evo Morales nos vende gasta a U$S 7 por millón de BTU. De todas maneras, como el presidente de Bolivia tampoco nos puede abastecer por falta de inversiones, habrá que recurrir a Hugo Chávez para que nos envíe fuel oil a un costo equivalente a U$S 13 por millón de BTU. Es decir que el Gobierno no quiere que el productor local reciba más de U$S 1,7 por millón de BTU, aunque terminará pagando U$S 13 para importar fuel oil. En rigor, ese sobreprecio no lo pagarán ni Néstor ni Cristina, sino los contribuyentes. Toda una curiosidad de este modelo productivo.
Lo que vemos, entonces, es que cada vez hay más inflación, cada vez es más represivo el control de precios, cada vez pagamos más impuestos, cada vez damos más subsidios para tener menos energía y peor transporte. Cada vez nos enterramos más y nos quieren convencer de que estamos en la cúspide del mundo.
El Gobierno está atrapado, y sin salida, en su modelo económico. La puerta está cerrada porque su manejo del poder bloquea toda posibilidad de salir del embrollo en que nos han metido. © www.economiaparatodos.com.ar
El Gobierno entró en pánico
La expansión monetaria y la manipulación del índice inflacionario se han agotado como recursos que permiten mantener un tipo de cambio lo suficientemente elevado. ¿Y ahora qué?
No existen antecedentes en el mundo de un país que haya logrado crecer sin inversiones. A esta altura del conocimiento económico casi nadie discute que es la inversión la que aumenta la productividad de la economía, genera más puestos de trabajo, produce más bienes y servicios por trabajador y mejora los salarios reales. En definitiva la fórmula del crecimiento económico no es una fórmula secreta que solo atesoran unos pocos países. Al contrario, son cada vez más los países que adoptan la sencilla fórmula de atraer inversiones e incorporarse al mundo para poder crecer y darle a sus habitantes una mejor calidad de vida.
Tampoco es un secreto la fórmula para atraer inversiones. Seguridad jurídica, respeto por los derechos de propiedad, estabilidad en las reglas de juego, sistemas tributarios que no sean confiscatorios, mercados desregulados y el mundo como la gran oportunidad para conseguir clientes. Los socialistas más acérrimos de los 70 se han transformado en socialdemócratas que reconocen en la economía de mercado el mecanismo de crecimiento. Podrán discutir si reparten algún punto más del PIB, pero el corazón de la política económica es, para los socialdemócratas, la economía de mercado, la seguridad jurídica y su incorporación al mundo.
A diferencia de lo que ocurre en muchos países que han logrado salir de la pobreza (España, Irlanda, el sudeste asiático, Europa Central, etc.) en Argentina se ha optado por un modelo anclado en el pasado. ¿Cuál fue la fórmula elegida por Duhalde, siguiendo la sugerencia de algunos sectores que viven del lobby para ganar plata? Simplemente devaluar la moneda argumentando que Argentina necesitaba un tipo de cambio competitivo. Bajo ese eufemismo lo que se hacía era ofrecerle al sector empresarial salarios muy bajos medidos en dólares, pero con alto costo de capital. De esta manera las empresas optaron por enfrentar la reactivación contratando mano de obra barata en dólares para encarar procesos productivos de baja productividad. Se optó por un modelo de baja productividad que redujera la desocupación en forma acelerada. Se privilegió el corto plazo en detrimento del largo plazo.
Pero como le ocurre a toda política económica inconsistente, el largo plazo también le llega y los costos de los errores comienzan a aflorar todos juntos.
Haciendo una síntesis del modelo existente, podríamos decir que comenzó con una fuerte transferencia de ingresos de los sectores de menores ingresos hacia los beneficiarios de la devaluación. Buena parte de las utilidades venían de tener un insumo barato: la mano de obra, más energía también barata.
Sin embargo, la existencia de un tipo de cambio casi fijo a lo largo de los últimos 5 años combinado con aumentos de salarios crecientes han llevado a que ese insumo barato que era la mano de obra comenzara a comerse buena parte de la rentabilidad de las empresas. La inflación fue licuando el tipo de cambio real y elevando el salario barato en dólares hasta niveles cercanos a los de la convertibilidad.
En un reciente trabajo publicado por Juan Luis Bour, actualmente el salario promedio de varios sectores productivos es solamente un 21% más bajos en dólares que en el 2001 antes de la devaluación. Bour hace el ejercicio de evaluar qué podría pasar con los aumentos de salarios de este año sin que se mueva el tipo de cambio y el resultado es que los salarios en dólares llegarían a superar a los que regían en la convertibilidad.
El problema es que las empresas no tendrán como alternativa un insumo barato sustitutivo de la mano de obra. Me refiero al capital. Es más, la ausencia de créditos a tasas pagables, hace impensable que, si alguien está pensando en invertir, pueda llegar a hacerlo con el costo del crédito que rige actualmente en Argentina.
Si a esto se le agrega los incrementos de energía que ocurrieron en los últimos meses y que continuarán a lo largo del 2008, más la escasez de energía producto del consumo de capital que sufrió este sector, lo que veremos es un sector empresarial con rentabilidades fuertemente decrecientes.
El gobierno ha caída en trampa del largo plazo. Para recomponer la rentabilidad de las empresas y estimularlas a invertir, además de otorgarles seguridad en las reglas de juego y en el abastecimiento de energía, deberá mover el tipo de cambio hacia niveles más altos. La pregunta es: ¿con qué recursos? Hasta ahora ha recurrido a la expansión monetaria y el endeudamiento, generando un caos inflacionario, agravado por el primitivismo de las medidas del secretario Moreno. Lo que debería conseguir el gobierno es un fenomenal superávit fiscal, por lo menos equivalente al superávit de balance comercial y rezar para que no ingresen capitales (algo contradictorio si se quiere crecer). Dicho en otras palabras, la mejor noticia que podría tener el gobierno sería que las exportaciones crezcan menos que las importaciones para tener que comprar menos dólares, con lo cual estaríamos en la curiosa situación que el modelo de sustitución de importaciones que impulsa empezaría a jugarle en contra.
Pero aún así necesitaría generar más superávit fiscal que el actual y para ello debería bajar el gasto público, lo cual conspira con el objetivo de poder del gobierno.
Frente a esta realidad, por ahora, el gobierno ha insistido en el sistema represivo, negando la realidad e intimando al presidente de Shell por decir que existe la ley de la oferta y la demanda. Evidentemente el gobierno no solo ha entrado en pánico, sino que, además, ese pánico lo está llevando a actuar con cierto grado propio de un instituto psiquiátrico.
En síntesis, ¿cómo se sentiría usted si estuviera volando en un avión que está cayendo y el piloto sólo atina a amenazar a los pasajeros diciendo que no existe la ley de la gravedad? © www.economiaparatodos.com.ar
No robe: al Estado no le gusta la competencia
La vorágine impositiva, la corrupción, el clientelismo y el despilfarro de los fondos públicos caracterizan a una Argentina en donde la trampa y el saqueo han reemplazado a la cultura del trabajo y del esfuerzo.
Los escándalos de corrupción que surgieron en los últimos tiempos en la Argentina hubiesen hecho caer al gobierno de cualquier país medianamente organizado. Y si el gobierno no hubiese caído, seguramente se habría visto en serios problemas, con renuncias de funcionarios relevantes y magros resultados electorales. Sin embargo, pareciera ser que, si bien la gente repudia casos como los de Skanska, la bolsa de plata de Micelli, las valijas de Antonini Wilson o tantos otros que podríamos nombrar, decía, si bien la gente parece repudiarlos, es como si los aceptara como un dato de la realidad. No los aprueba, pero tampoco sale a hacer marchas por la calle para repudiar semejantes cosas. Evidentemente, el argentino se ha acostumbrado a ciertas reglas de juego perversas y solo se produce alguna reacción social de envergadura cuando a la gente le meten la mano en el bolsillo –como fue el caso del corralito– o cuando se produce algún estallido inflacionario.
Los argentinos nos hemos acostumbrado a vivir bajo reglas tramposas donde todo es cínico y mentira.
Los gobiernos nos expolian con impuestos hasta niveles insospechados. Esas delirantes cargas tributarias siempre son presentadas como impuestos que tienen que cobrarse en nombre de la justicia social, sin embargo, todos saben que ni el dinero va a parar a los destinos sociales que dicen asignarse, ni la gente paga todos los impuestos que tiene que pagar. Salvo en contados casos el contribuyente paga todo y es cuando éste tiene una alta exposición pública o por la envergadura de la empresa se hace imposible evadir.
Desde el punto de vista fiscal todo es una mentira. Los impuestos son confiscatorios y distorsivos, la plata que se recauda se pierde en los pliegues de una burocracia que tiene que sobrevivir a cualquier costo, cuando no se destina a financiar actos de corrupción o clientelismo político. La información que acaba de dar el nuevo jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires sobre los ñoquis que descubrieron, es solo un pequeño botón de muestra de lo que son la administración pública nacional, provinciales y municipales en Argentina.
La creencia popular es que la economía de mercado es igual a la ley de selva, según la cual unos se matan a otros para sobrevivir. La realidad es que las reglas que imperan en la Argentina, que lejos están de ser las de una economía de mercado, son justamente equiparables a la ley de la selva en el que el más fuerte se devora al más débil o, si se prefiere, donde impera el salvajismo más atroz fruto de la omnipresencia estatal.
Proteccionismo, subsidios de todo tipo, dirigentes sindicales que usan la amenaza como forma de “conquistas” sociales, piqueteros con fuerzas de choque, dirigentes políticos que pueden formular las declaraciones más descaradas sin que se les mueva un pelo mientras usan el dinero de los contribuyentes para establecer sus esquemas de poder, gente que se siente con derecho a que otro le pague la vivienda sin explicar porqué el otro tiene esa obligación, pedidos para que se creen bancos que le den créditos baratos a determinadas empresas. En definitiva, los argentinos nos acostumbramos a vivir bajo un sistema que en vez de crear riqueza la destruye. Vivimos, como dije en otra nota, en un saqueo generalizado y, lo peor, es que un gobierno atrás de otro ha estimulado ese sistema de vida, siendo el Estado, obviamente, parte del saqueo, cuando no el que lidera el saqueo.
En la selva, unos animales matan a otros por hambre. En la Argentina, unos matan a otros, económicamente hablando, por codicia y poder.
Causa indignación escuchar a algunos recaudadores de impuestos formulando discursos sobre la inmoralidad de no pagar los impuestos, mientras la corrupción y el despilfarro de los fondos públicos es cosa de todos los días. ¿Con qué autoridad moral se exige tanto cumplimiento impositivo si el Estado despilfarra descaradamente los impuestos y, encima, se da el gusto de no informar sobre cómo los gasta? No hay comportamiento más inmoral que el de quitarle el fruto del trabajo a la gente para despilfarrarlo en subsidios, prebendas, corrupción y burocracia, gracias al monopolio de la fuerza que detenta el Estado. A la nuestro país le cae como anillo al dedo aquella vieja frase que dice: No robe. Al Estado no le gusta la competencia.
La Argentina debe ser uno de los pocos países que, de la noche a la mañana, mediante fabulosas transferencias patrimoniales, transforma a pobres en ricos y a ricos en pobres. Pocos son los que esperan construir su futuro en base al fruto de su trabajo. Más bien, cada uno aprovecha los bruscos cambios de precios relativos para acaparar una fortuna, la cual, si no es precavido, puede perderla en la próxima crisis. Todos aprovechan el momento y mañana verán.
Como el objetivo básico no es crear riqueza, sino apoderarse del trabajo de los otros, y todos sabemos que ésa es la regla, no podemos esperar otra cosa más que continúe esta larga decadencia que venimos padeciendo. Y esto seguirá así hasta que se produzca la próxima crisis económica. Puede ser que en ese momento recuperemos la cordura y, de una vez por todas, dejemos la trampa y el saqueo de lado y adoptemos la cultura del trabajo y el esfuerzo como forma de vida. Claro que, el primer ejemplo mostrando el nuevo camino deberá venir desde los gobernantes.
El groncho realista
Para él todo hay que "bajarlo a la realidad" como si ese fuera un movimiento espiritual deseable. El Groncho CM Realista tiene gran parte de la "cultura" nacional de su lado. Hay un movimiento que lo apoya, glorifica y ensalza. Las películas y libros de hombres comunes, de antihéroes, de perdedores, tienen mayor audiencia que las de tipos que se la juegan.
Desprecia y teme a la figura del héroe. Cuando puede dice que los verdaderos héroes son los "millones de personas anónimas que hacen grande este país", como si lavar ropa, cocinar todos los días o tomarse el colectivo para ir al trabajo fuera una actividad heroica. Son los que confunden la constancia con la heroicidad. Rechazan la complejidad y lo que se sale de la regla. Desprecian al que levanta la voz en la cola de un Banco, en el aula de la facultad, en una reunión de consorcio o en una asamblea de trabajadores.
No entiende que el héroe es el que se la juega, no el que no le queda otra. Este hombre vulgar es de los que van al casino y juegan a negro y colorado, a par e impar, a primera, segunda y tercer docena. El Groncho realista practica desde chico denunciando a sus compañeritos de aula o diciéndole a la chica que nos gusta que no somos un buen partido. Luego, en la universidad, la oficina o la fábrica son los "ojos y los oídos del jefe".
Son los que tratan de evitar la aventura, el riesgo y la sorpresa; y es la voz que siempre está allí para recordarnos que "mejor hubiera sido no hacer nada". La mediocridad, en ellos es una virtud. Dice que los buenos años ya van a venir. Reivindica su derecho a elegir mal. Por eso había que "apoyar a Videla hasta que ordenara el país" o "esperarlo a Alfonsín a que pudiera hacer las cosas".
Su regodeo por la vulgaridad amenaza las mismas bases que han hecho grande a este país. La apuesta a doble o nada cuando el Rey de España estaba preso de Napoleón, o cuando un hacendado salteño juntó al paisanaje para que los Godos no pasaran por el norte mientras otro loco se iba de gira a Chile y Perú, son, en esta cultura del Groncho Realista "cosas que hay que pensar bien antes de hacer".
Se emociona recordando a su abuelo inmigrante, pero él sería incapaz de dejar todo para seguir un deseo profundo, o al menos pasar tres días en carpa en la Laguna de Monte. Las añoranzas del G-Realista se miden en 32 pulgadas y vienen en Plasma o LCD. El no sueña con irse a vivir a una isla sirviendo tragos o vendiendo carnada para pescadores. Jamás haría algo que perjudicara su brillante carrera de cagatintas en esa repartición del Estado, en un consultorio o en su estudio jurídico.
No dona sangre porque puede contagiarse SIDA, no va a la cancha por miedo a los piedrazos, no habla con el vecino por temor a que abuse de su confianza, no presta la goma, la plasticola ni el transportador, porque su mamá no lo deja. Su único momento de gloria cívica fue en el 2001, pero luego se tranquilizó cuando de los $300 por semana, Cavallo autorizó retirar $500 de los cajeros.
Adhiere fervientemente a la visión antropológica de cultura. Por eso se jacta de contestar más de la mitad de las preguntas de Susana Giménez en el Imbatible, o saber la delantera de River del 75. Cualquier intento de excelencia es atacado bajo la condena de aburrido, inútil y sin sentido. Cree que El Principito es una joya de la literatura universal y Juan Salvador Gaviota está a la altura de Por quién doblan las campanas.
Hace culto al neutralismo, pero le preocupa qué opina el mundo de nosotros. Es de los que vuelven horrorizados de cómo somos vistos los argentinos en el extranjero. No se siente parte de nada ni comparte nada con nadie. Su vida es su casa y su patio el mundo. Su bandera es un billete de 20.
No busca que la Reina del Baile le de bola, se conforma con una que le cocine y ordene la casa; o el que puntualmente del uno al cinco le entregue su sueldo y una vez al mes la lleve a cenar afuera. La vida se le va entre delación y delación. Pero tendrá a sus hijos para que lo recuerden como una persona "honesta y trabajadora".
Por eso, como dice Alejandro Dolina, el Groncho Realista no cree que las "deudas de juego son sagradas"; y que se deben pagar con gusto; porque uno sabe que al menos arriesgó.
La Argentina se aleja de los países accesibles para invertir
Un informe del Banco Mundial asegura que la burocracia para iniciar un negocio, la fuerte carga impositiva y la rigidez de las relaciones laborales desmotivan el ingreso de capitales extranjeros. Elaboró un ranking y ubicó a nuestro país en el puesto 109, entre los 178 que fueron analizados.
Según el informe Doing Business 2008, que elabora el Banco Mundial, existe una serie de factores que complican el ingreso de inversiones en la Argentina, entre los que destaca la burocracia para iniciar un negocio, la fuerte carga fiscal y las regulaciones que dan una fuerte rigidez a las relaciones laborales.
Esas cualidades ubican a la Argentina en el puesto 109, entre los 178 países en los que se analizaron las regulaciones que incentivan y desmotivan las inversiones.
En la región, Chile muestra mejores condiciones (se ubica 33º), seguido por México, Perú, Uruguay y Paraguay, que se posicionan en los lugares 44, 56, 98 y 103 del ranking, respectivamente. En tanto, Brasil recién aparece en la 122ª colocación.
Para realizar el análisis, el estudio toma en cuenta diez variables y fases que afectan el desarrollo de un emprendimiento:
- Apertura de un negocio
- Manejo de licencias
- Empleo de trabajadores
- Registro de propiedades
- Obtención de créditos
- Protección de inversores
- Pago de impuestos
- Comercio trasfronterizo
- Cumplimiento de contratos
- Cierre de una empresa
Sin embargo, hay que tener en claro que el país no bajó de nivel por sí mismo, sino por el mejor desempeño de las otras economías.
Así, el economista Fausto Spotorno, miembro de la consultora Orlando Ferreres & Asociados, destacó que "lo que se ve en el informe es que los países van mejorando, pero que la Argentina no ha hecho mucho y que inclusive en algunas cuestiones ha empeorado".
Para el Spotorno, "el país ha estado comprometido con otras cuestiones pero éste es un tema a tener en cuenta de acá en adelante".
Las malas notas
- Facilidad para los negocios
Cuando los empresarios analizan un plan de negocios lo primero que tienen en cuenta son los procedimientos que deben realizar para operar legalmente.
Teniendo en cuenta varios factores como la cantidad de días promedio que se tarda para abrir un negocio, el capital necesario y la cantidad de procedimientos, nuestro país se encuentra en el puesto 114, con una caída de cuatro puestos con respecto al año pasado.
Así, mientras que en Australia se necesitan dos pasos y dos días para la apertura de una empresa, en la Argentina ascienden a 14 y 31, respectivamente.
En particular, el estudio compara la dificultad de obtener licencias para la construcción y puesta en marcha de, por ejemplo, un depósito. En este particular apartado, la Argentina sufre su peor revés y se ubica dentro de los peores, en el puesto 165, siendo superado por países como Bolivia y Venezuela, que en el ranking global están por detrás de nuestro país.
Construir y obtener las licencias para poner en marcha un depósito en el país toma casi un año (338 días) y 28 procedimientos, mientras que en Bolivia se hace en 249 días y 17 pasos.
El informe destaca que “cuando el peso de las regulaciones es muy grande, los empresarios mueven su actividad a la informalidad , dejando a todos peor”.
- Relaciones laborales
En este rubro, la Argentina se sitúa en el puesto 147, en igual ubicación que el año pasado y no muestra mejoras desde el 2005, salvo en el costo de despedir a un trabajador, donde registra una leve baja.
El Banco Mundial resalta que mientras “las regulaciones hacen que el empleado mejore su salario, las normas rígidas tienen muchos efectos no deseados como la menor creación de empleo y la menor inversión en Investigación y Desarrollo”.
“En los '90, la flexibilidad laboral permitía contratar más fácilmente, pero ahora retrocedimos bastante. La 'doble indemnización', por ejemplo, genera un costo muy alto y un retroceso. Ahora, con su derogación, por ahí mejora”, dijo Spotorno a infobaeprofesional.com.
“Para estar mejor en el ranking hay que reducir costos y tiempos en las regulaciones y hace falta un trabajo bien microeconómico”, agregó.
- Protección de inversiones y control
El caso Skanska es un claro ejemplo de cómo el Gobierno manejó una situación de este tipo, donde se investigan casos de corrupción empresarial y por parte de algunos funcionarios. En este rubro, la Argentina está peor que Brasil, México y Perú.
- Presión fiscal
La Argentina se ubica dentro de los países con peores regulaciones impositivas, exactamente en el puesto 147, detrás de casi todas las economías del Mercosur.
El estudio especifica que “en los países donde el peso de los impuestos es muy grande, como sucede en la Argentina, se tiende a la evasión”.
“Tras mejorar el proceso de empleo de trabajadores, es necesario, en segundo lugar, hacer una reforma impositiva macro que es más difícil de lograr para tratar de disminuir los impuestos que son muchos y altos”, explicó el economista de la consultora de Orlando Ferreres.
- Intercambio comercial
El lado positivo
Según consigna el informe, antes de invertir, “las firmas constantemente tienen en cuenta las dificultades para acceder a los créditos”. Doing Business construye dos indicadores que explican cuán bien funciona el mercado crediticio.
El primer item toma en cuenta los registros crediticios y su cobertura, asociados a los entes que colectan y distribuyen información acerca de los tomadores de préstamos y que “pueden expandir el crédito al brindarle datos confiables a los prestamistas”.
Para el Banco Mundial, también incide el desarrollo y conocimiento de los derechos legales que tienen los que prestan y los que reciben los créditos.
En este ámbito, la Argentina se sitúa en el puesto 48 con una caída de tres lugares con respecto al 2007, pero por encima de Brasil y México. En tanto, los primeros puestos los ocupan Inglaterra, Hong Kong y China .
En tanto, en el cumplimiento de contratos y en las regulaciones que los sostienen, la Argentina muestra una buena performance, al ubicarse en el puesto 47.
El estudio también tiene en cuenta los procesos judiciales y la celeridad con que se resuelven los conflictos derivados de no cumplir con un contrato. En este punto la Argentina supera a Brasil, Perú e inclusive México.
Con relación a las regulaciones en torno a la quiebra de empresas, la Argentina se sitúa en el puesto 65, con un período de casi tres años para demostrar insolvencia.
Según los especialistas, el país debería mejorar en casi todos los aspectos para ponerse de nuevo en la mira de los inversores y subir en el ranking del Banco Mundial. Para ello, “el Gobierno debería revisar todas las regulaciones y aplicar reformas como vienen haciendo los demás países”, concluyeron.